Tradicionalmente, el malambo era una danza donde se batallaba, uno contra uno, a través de una serie de movimientos de pies y piernas, donde ganaba el que lograba más complejidad. El varón, a través del zapateo y la postura, mostraba su fuerza, dureza, carácter y estado físico, ante un contrincante que también peleaba por ser el mejor. Sin embargo, la historia de este malambista del siglo XXI empezó con la ternura de un niño de 8 años que, impulsado por su curiosidad, decidió seguir a su hermano mayor hasta el lugar donde aprendía folklore.
A escondidas, salió de su casa ubicada sobre la calle Don Bosco, en Maquinista Savio, caminó hasta la ruta 26, cruzó las vías, atravesó la plaza en diagonal y llegó al Centro de Jubilados, donde entrenaba el ballet Viene Clareando. Ese día, Mauro Dellac (27) aprendió el “repique tradicional”, los primeros pasos de una carrera que lo llevó a los escenarios más prestigiosos de Argentina y hoy lo tiene zapateando firme en Japón.
En enero tocó el cielo con las manos al consagrarse campeón solista de malambo del Pre Cosquín. La preparación para este certamen -uno de los más importantes del país, de donde salieron grandes figuras- es extensa, difícil y sacrificada. Coronarse en ese escenario implica un gran esfuerzo y un recorrido de varias instancias.
Su trayectoria de consagraciones comenzó a los 18 años, cuando salió campeón del Pre Baradero. Más tarde, en 2017 y 2018, logró el título de campeón provincial en Laborde. En estas competencias de alto nivel hay que ser realmente guapo y estar a la atura de las exigencias, ya que se enfrentan los mejores malambistas argentinos, desde Jujuy hasta Tierra del Fuego.
El virtuoso bailarín saviense se encuentra actualmente en la ciudad de Osaka, en una gira de un año junto a la compañía Malevo, conocida por su participación en la competencia televisiva estadounidense América’s Got Talent, donde el grupo hizo furor con sus coreografías vanguardistas de malambo, con bombos y boleadoras.
En las redes sociales lo siguen y acompañan miles de personas con mensajes que denotan afecto y lo alientan a continuar en este gratificante camino artístico, sobre el cual habló con DIA 32.
-¿Qué sentís al recordarte dando los pasos iniciales en la danza?
-Estoy seguro de que seguir a mi hermano fue la mejor decisión de mi vida. Siento mucha alegría por haber elegido esta disciplina, que nos representa tanto. Gracias a la danza pude conocer muchísima gente, lugares increíbles y vivir un montón de experiencias, tanto abajo como arriba del escenario. Subir al escenario en grupo, con una pareja o solo, es un momento único, ni hablar si la familia está abajo mirando, ya sea una competencia o una peña.
-¿Cómo fue tu proceso de formación?
-Tuvo distintas etapas. Cuando sos chico absorbés muchas cosas, la danza es parte de un juego, adquirís los movimientos y aprendés a dominarlos, todo de una forma muy natural. Además, las amistades que encontrás te incentivan y contagian. Después viene la etapa de maduración, donde se entiende el sentido del folklore. Se dice que “la zamba enamora” y de adolescente empezás a tener conciencia de que tenés una compañera y los movimientos tienen un por qué. Finalmente, en el momento en el que te convertís en adulto, te das cuenta de que cuando ejecutás los movimientos tienen que verse decisivos. Como malambista, uno quiere mostrarse para ser “el mejor”, la cosa se pone más dura. Hoy, si bailo zamba con una mujer la tengo que enamorar.
-¿Qué valorás de tus maestros?
-Estoy totalmente agradecido por la paciencia de mis maestros. Mi primer profesor fue Mario Salvatierra, del ballet Viene Clareando. Con él adquirí muchos conocimientos que hoy, cuando doy clases, aplico y sigo elaborando. Él mismo traía otros maestros para poder crecer en cosas distintas, y este punto también lo rescato porque me hizo conocer muchísimos puntos de vista y formas de expresión.
-¿Cómo explicarías el espíritu de esta danza?
-Es una pregunta muy difícil, porque no sé si tiene explicación. Personalmente, siempre me tocó el corazón, me llegó a lo más profundo. El folklore es muy nuestro y tal vez es eso lo que me hace tan feliz. Cuando nos juntamos es una fiesta: alguien toca la guitarra, otro el bombo y todos nos levantábamos a bailar. Creo entonces que el espíritu es el de compartir, reírse, bailar, ir en grupo para el mismo lado, como una familia. Yo nací y viví toda mi vida con esa forma de disfrutar. No digo que no fui a un boliche, pero, si me dan a elegir, prefiero un sábado a la noche a pura guitarreada.
-¿Cuál es la importancia de la vestimenta en el malambo y por qué en ocasiones lo bailan descalzos?
-Hay dos estilos de malambo: el norteño y el sureño. El sureño es más antiguo, los movimientos son más a tierra, tiene otra melodía rítmica. Las botas fuertes con caña alta llegaron más tarde. Antes, los hombres vivían descalzos, usaban la bota de potro: cuando el caballo fallecía, se carneaba la piel y se hacía esta bota con la parte baja de la pierna del animal. Usamos el calzoncillo blanco con flecos abajo, que se llaman cribos, y nos ponemos mantas para armar el pantalón, luego la faja, la rastra, las camisas y chalecos. En las competencias, te exigen muchas veces los conjuntos “tradicionales” y esto está bueno porque aprendés la cultura de los antepasados.
-¿Qué sentís en el cuerpo cuando estás arriba del escenario?
-Cuando era más chico sentía la adrenalina del juego, no sabía muy bien dónde estaba parado o qué estaba haciendo. Empecé a entenderlo en las distintas etapas. Hoy lo que siento es un placer continuo, pasé por mucho para llegar a este punto, tantos años de experiencia vencieron el miedo y los nervios, aunque siempre aparecen en algunos casos. Creo que pasás por muchos momentos, sobre todo antes de subir. Si estás relajado, confiado, el cuerpo disfruta y el corazón estalla de alegría.
-¿Qué significa ganar? ¿Y perder?
-Tengo la teoría de que nunca se pierde, creo que siempre hay que buscar lo que ganaste. Por ejemplo, yo venía de representar dos años consecutivos a la provincia, y en 2019 no gané el título, entonces decidí presentarme en el Pre Cosquín. Entender qué faltaba en un certamen me consagró campeón en otro: le di una vuelta, mejoré la actitud, el vestuario, el movimiento, todo gracias a perder. Y ganar es una alegría enorme, ves los frutos. Pero insisto en que perder implica investigar y ayuda a abrir los ojos.
-¿Qué representa para vos haber sido campeón en Cosquín?
-Significa años de investigación, de ensayo, y es un aporte económico considerable, porque el malambo es realmente a pulmón, es producto de la pasión y el amor. Y a nivel laboral se abren muchas puertas. Consagrarme en un festival tan grande es mucha satisfacción, y no solo para mí. Yo solo no puedo levantar la copa, tengo que hacerlo con mi familia y amigos, hermanos de la vida con los que compartimos la misma pasión, porque por ellos seguí adelante. A esos, a los que vinieron a verme, que llegaron desde Buenos Aires, les dije y les digo: ese día fuimos muchos los que nos consagramos campeones.
-¿Cómo fue esa noche de consagración?
-En el escenario son menos de tres minutos y yo estaba tan relajado que lo disfruté, sin pensar cómo estaba saliendo. Pude ver y sentir cada momento, cada segundo de la coreografía, respirar y pensar. Terminó a las 7 de la mañana, así que fue un amanecer de consagración. Cuando dijeron mi nombre, fue una explosión, quebré en llanto y la felicidad fue muy grande.
-¿Cómo estás viviendo esta experiencia en Japón con Malevo?
-Tratando de adaptarme. Es la primera vez que estoy por tanto tiempo lejos de casa, la experiencia es muy distinta, se crece a nivel personal. Por suerte, estoy con mi hermano menor y entre los dos nos guiamos y ayudamos. Osaka es impresionante, es una ciudad de exigencias, también de amabilidad, de respeto y de cuidado al otro.
-¿Ya tenés en mente qué sigue después?
-En este momento estoy con esta gira, que me va a tomar un año, pero a nivel competitivo el sueño por el cual vengo luchando es consagrarme campeón nacional en el certamen de Laborde. Creo que estando acá voy a trabajar en las cosas que me faltan. Lo más importante es no dejar de soñar, no quedarse quieto, ensayar, ganar estado físico y seguir practicando la rutina.
-¿Qué es lo que más disfrutás de tu profesión?
-Disfruto el folklore de punta a punta. Estoy muy agradecido de haber elegido este estilo de vida, encontré desde muy chico lo que amo hacer: ser feliz y hacer feliz a los demás. El folklore es sano, te educa, te enseña a vivir. Así como la vida te exige ciertas cosas, el malambo también: ser puntual, llevar la ropa bien planchada en una funda, no doblar el sombrero… Esas responsabilidades que incorporás de chico, las replicás en tu vida cotidiana. Esta danza es una forma de buscarte, de enamorar, de saber qué querés ser. Es un refugio que te hace olvidar lo malo.