Emilia Labanca es sinónimo de Ingeniero Maschwitz y de canto. Primero, porque es descendiente de una de las familias originarias del pueblo, donde nació, se crió, pasó toda su vida y del cual no piensa moverse hasta sus últimos días. Y segundo, porque gracias a una voz prodigiosa su nombre cobró popularidad y llegó a entreverarse con las figuras más importantes del tango argentino.
A los cinco años “Mily” -como todos la conocen- ya cantaba flamenco en las reuniones familiares. Y a los 17 debutaría “públicamente” en el extinto Rancho de Hans haciendo folclore. Después recibió propuestas laborales irresistibles, como las de Leonardo Favio y Mora Godoy, que podrían haberle forjado una carrera de película. Pero sus padres no la dejaron ni ella tampoco quiso. “Siempre canté por pasión, nunca viví de esto”, afirma.
Sin embargo, el destino fue más fuerte y en 2000 terminó convirtiéndose en vocalista del Cuarteto de Oro, célebre orquesta escobarense que le abrió las puertas de “otro mundo”. “El tango me superó, me avasalló, me contuvo, me retuvo, me tiro para allá y me tiro para acá”, confiesa, con sensibilidad arrabalera.
Ahora, con más de seis décadas a cuestas, lejos de las milongas y ya jubilada, vive “día a día” y sigue despuntando el vicio: da clases en la Casa de la Cultura de Maschwitz, actúa con el grupo Sabias, locas y transgresoras y, de vez en cuando, musicaliza algún evento. “El canto es mi pasión y fue mi gran lugar de refugio en la vida de campo, que es muy dura. La libertad, el decir, el expresarme… porque mi mamá era una castradora, pero recién ahora me doy cuenta”, cuenta sin rencores a DIA 32 en un bar de la calle El Dorado, ubicación que utiliza para graficar a la perfección los cambios que atraviesa el pueblo de sus amores.
¿Cómo ves el desarrollo que está teniendo Maschwitz? ¿Te agrada o preferías el de antes?
Me gusta este Maschwitz. Diez años atrás este lugar -el Paseo Papá Francisco- era un bosque lleno de pasto, bichos y ratas. Y ahora es un punto donde se centraliza la gente, no sólo de acá, porque vienen de Garín, Escobar y de muchos otros lados, como Zárate y Campana. El Paseo Mendoza a los maschwitenzes medio que al principio nos incomodó, pero resulta que los que están trabajando de meseros y meseras son nuestros jóvenes. Y hoy en día en esos lugares los que hacemos un poco de música y arte hemos sido llamados y fuimos, o sea que estamos integrados. Veo muy bien el desarrollo que está teniendo la calle Mendoza, que no lo tenemos en el centro porque todavía es muy conservador. Esta parte ha hecho mucha actividad social, se han encontrado los vecinos, hacen amistades y hay buena onda.
Más allá de esta visión positiva, ¿qué te gustaría mejorarle o cambiarle?
Me gustaría que cuidemos un poco más. No podemos echarle la culpa siempre a los políticos. No solo Maschwitz sino todo el partido está muy deteriorado y abandonado, pero también tenemos la culpa nosotros, porque no cuidamos nuestro frente, nuestra vereda. Acepto que hay cambios, que va creciendo y dejamos de ser pueblo para ser más ciudad; que hoy la juventud es distinta y que lo bueno y lo malo están juntos en un mismo lugar, cuando en mi generación estaba todo sectorizado y te decían “no vayas allá”, “ojo acá”. Pero sobre todo amo Maschwitz, soy nativa y de acá no me muevo.
Como artista que sos, ¿te gusta el mote de “Pueblo de las Artes”?
Me encanta. Y ahora se está asomando un poco, pero hay mucho más arte de lo que estamos viendo.
¿Y qué hace falta para visibilizarlo y potenciarlo?
El artista tiene que ser independiente, pero también tiene que tener cierta contención donde expresarse. Eso es lo que nos falta: un espacio físico de la bohemia y del arte; un Registro de Artistas en un lugar específico, que además significa tener un reconocimiento. No necesitan reconocerme arriba de un escenario y entregarme un premio, ni a mí ni a muchos como yo, sino simplemente poner mi nombre en un Registro de Artistas del lugar para que cualquiera nos pueda encontrar. Y también debe haber intercambio de artistas, espectáculos, con otros distritos, como estamos haciendo con Sabias, locas y transgresoras. Que la política esté para eso y no para embanderarnos.
¿Por qué creés que tantas personalidades, muchas de ellas artistas, eligen venirse a vivir a Maschwitz
No sé… vienen y se enamoran. Maschwitz tiene su encanto particular, ¡y eso que ni río tenemos! ¡Imaginate si hubiese mar! Esto dicen que fue mar, incluso encontraron restos de una ballena. Yo creo que el primero que lo descubrió y al que hasta el día de hoy se lo sigue recordando es Benito Villanueva, alma máter de Maschwitz.
Yendo a tu otra pasión, cantaste folclore y tango con grandes artistas, ¿Dónde viviste tus mejores experiencias?
En el tiempo del tango. Ahí tuve la posibilidad de compartir escenario con los más grandes, estar de igual a igual con ellos. Con Nelly Omar, el “Chiqui” Pereyra, Rodolfo Mederos, Jorge Guillermo, Raúl Mamone, Ernesto Baffa en el bandoneón. ¿Sabés quién me pedía que después de los más grandes subiera al escenario e hiciera lo que yo quisiera? El monstruo del cine “Gogo” Safigueroa, en “Tango con Historia”, donde estuve cuatro años. Con el folclore anduve mucho, pero no me dio ese lugar entre los grandes que sí me dio el tango.
Ya que inclinaste la balanza hacia ese lado, ¿hay movida tanguera en el pueblo?
Hay, pero volvemos a lo mismo: son movidas internas porque les falta el espacio público para salir y que la gente las pueda ver, entonces se reúnen y tocan en las casas. Hay músicos que todos los jueves van a trabajar contratados a Caminito y son de acá.
¿Con qué canción de tango definirías a Ingeniero Maschwitz?
Qué pregunta difícil (risas)… Con Balada para un loco, de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer. Están los bohemios e inclusive yo le cambio la letra para describir a Maschwitz: “Las tardecitas de Ingeniero Maschwitz tienen ese qué sé yo, ¿viste? De atrás de un árbol me aparezco yo, medio melón en la cabeza… ¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!”. Es precioso lo que dice, porque a los artistas que estamos acá nos gustaría que le pase eso a Maschwitz.