Por FLORENCIA ALVAREZ
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Los aburridos, vacíos y maltratados muros de las ciudades van de a poco llenándose de colores y leyendas que tienen el único fin de hacer pensar y gozar a las personas. Reflexionar sobre sentimientos, el amor, la amistad, tradiciones del pasado, ideas del futuro. Son regalos de los artistas a la sociedad, que en vez de encerrarlos en museos o en exclusivas galerías de arte, los dejan en la calle para que todo el mundo pueda disfrutarlos.
Escobar no es la excepción a esta tendencia, esquinas y paredones han renacido con hermosos dibujos o frases que le imprimen a las fachadas un toque especial. Con mensajes directos, poesía, diseños coloridos o figuras de personajes reconocidos apenas delineados en negro. Los murales de quienes disfrutan del arte, y desean compartirlo abiertamente, le ganan espacio a los carteles de publicidad comercial.
Si bien hoy es común verlos en muchas ciudades, el mural no es algo surgido en el mundo moderno. Es una de las primeras formas de expresión artística del ser humano, la manera en que una civilización se fue comunicando con la siguiente. Las primeras técnicas consistían en mezclar pigmentos naturales con grasa animal, como los de las cuevas de Altamira, hace 20.000 años.
Los procedimientos técnicos se fueron modificando y comenzó a utilizarse el “método a la encáustica”, con cera caliente como la de las velas. Más tarde surgió el “temple”, que se usaba mucho en Grecia. Eran pigmentos en polvo mezclados con barnices más refinados. También en la cuna de la civilización occidental se usaba la pintura mural al fresco, un procedimiento muy complejo que es el que identifica al mural por excelencia, el que usó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.
Pero las civilizaciones más contemporáneas a nuestros días han usado óleo y temple al huevo hasta llegar a los años ‘60, cuando se extendió el uso del acrílico y las pinturas sintéticas -que se compran en las pinturerías- facilitando la ejecución de un mural.
Con la invención de la pintura en aerosol, las empresas fabricantes comenzaron a fomentar su uso logrando que se desarrollara en todo el mundo. Hoy, todas estas técnicas coexisten junto a otras como el esténcil, que permite decir mucho con muy poco. En resumen, el muralismo es una técnica antiquísima que ha servido, más que nada, para expresarse.
Los mexicanos son un claro ejemplo de lo que se puede transmitir a través de los murales. Ellos pintaron los edificios de sus ciudades para manifestarse sobre conceptos políticos y lograron lugares únicos.
Pero ¿quiénes son los que se encargan de alejar al transeúnte de su realidad cotidiana con estas fabulosas imágenes en Escobar? ¿Por qué lo hacen?
Sello escobarense
Brenda Vallier y María Eugenia Konradi conforman Azafrán. Sus obras están en colegios, casas particulares, entidades, locales, en organizaciones culturales como el Colectivo Cultural, las bibliotecas Nuestra América y 20 de Diciembre, Escobar Artes y Oficios y en Punta Querandí.
Comenzaron pintando en escuelas porque son docentes de arte y ese era el lugar más cercano y cotidiano para ambas: “Pedíamos permiso, llevábamos unas latas de aerosol y algunos restos de pinturas y así cambiaba un poco la fachada del lugar”, cuenta a DIA 32 Brenda, cuyo pseudónimo al firmar sus obras en solitario es Ye-Tem.
Al ver las pinturas en las fachadas de las escuelas hubo gente que las contrató, sobre todo aquellos que tenían sus casas escrachadas con pintadas políticas o insultos, y preferían un mural o una imagen más colorida. Así fue que Azafrán se animó a salir a la calle, a veces haciendo trabajos pagos y otras con el solo fin de pasar un lindo rato.
“Personalmente lo hago porque me gusta ver mi barrio colorido, me gusta trabajar con cantidad de colores, y me parece que aporta mucho a la gente. Toda imagen transmite un mensaje y un gran mural puede comunicar muchos conceptos. Pero lo importante es que el vecino espectador, que seguro anda a mil con los tiempos y a las corridas como estamos todos, pueda pararse frente a la pared y detenerse un rato a pensar, a observar. Eso me parece mágico”, dice la artista.
Admite que las opiniones por lo general son buenas, pero que a veces el proceso es difícil porque cuando empiezan a pintar y alguien escucha el sonido de la lata de aerosol “siempre sale algún chusma a criticar o llama a la policía en vez de venir cordialmente a preguntar qué estás haciendo. Hay que confesar que hemos recibido malos tratos. Pero cuando estás terminando el mural es lo mejor, porque la gente te felicita”.
Por su parte, Francisco Ferreyra fue parte del disuelto grupo Triángulo Dorado -trabajaron juntos desde 2007 hasta hace unos meses-, quien ahora firma como Lema. Las estupendas obras del trío pueden verse en Don Bosco y Asborno (“La Oración”); Estrada y Colectora (“La llama interna”); Libertad y Pasteur (“El Retorno”); Callao e Yrigoyen (“La cosecha”); San Martín y Belén (“El último”) e Yrigoyen y Travi (“Victoria”). Enormes y coloridas pinturas que nunca pasan inadvertidas, sorprenden gratamente hasta a los más distraídos.
Al principio Francisco pintaba en las paredes como una forma de compartir un momento con amigos, sin más pretensión que la de disfrutar. Hacer graffitis era una práctica común durante la época de la escuela secundaria. Pero con el paso del tiempo, el gusto, la necesidad de expresión y las ganas, convirtieron ese hábito en una forma de vida y vocación.
“El muralismo es una actividad tan diversa como la gente que lo practica, no se puede establecer un sentido único ni generalizarlo”, señala el pintor. “En mi caso, básicamente lo hago porque es una necesidad natural, lo cual considero ya está implícito en el trabajo. Además, como forma de expresión y comunicación es muy sincera, directa y natural, se encuentra en la calle sin intermediarios y accesible a todo aquel que pase frente a él, sin prejuicios”.
En cuanto a la respuesta del público local, asegura que por lo general la recepción es muy buena, aunque admite que en Escobar cuesta un poco que la gente ceda paredes y espacios. Pero cree que es algo que va a ir cambiando a medida que se naturalice la actividad.
El listado de artistas y aficionados que han recurrido a expresarse en las paredes escobarenses es por demás vasto. El grupo local de Acción Poética lleva cientos de murales pintados con perspicaces leyendas, Diosq homenajeó a Gardel en la esquina de Don Bosco y Rivadavia y Hernán Castañeira a las mujeres con una pared dedicada a ellas en Estrada y Alberdi.
Todos ellos -y muchos más- han dejado su huella en incontables espacios públicos de la ciudad, tanto más lindas que los afiches con fotos de candidatos políticos.