Faltaban tres minutos para las 9 de la mañana y la puerta de chapa del dormitorio donde dormía Gustavo Rodríguez (71) rebotó contra el marco. Él tenía 22 años y hace 10 que era bombero voluntario. Vivía en el cuartel de Belén, sobre la calle Colón. Se había acostado hace menos de dos horas porque trabajaba en el turno noche de la fábrica Coindel, en la entrada de El Cazador. Los teléfonos empezaron a sonar, la gente preguntaba por una explosión. Sobresaltado, acudió al cuartelero para saber qué estaba pasando.
Quienes tienen edad para recordarlo seguramente saben a la perfección lo que estaban haciendo aquel jueves 18 de junio de 1970, cuando explotó un reactor en la planta de productos químicos Parque Davis, ubicada en el kilómetro 51,500 de la Panamericana: en el colegio San Vicente volaron vidrios, también en la confitería Kabuki y en el Club Sportivo. Vibraron los invernáculos a la altura de Temaikèn y en otras escuelas más distantes, en el barrio Philips, alumnos y maestras se inquietaron.
En esa triste mañana de hace 50 años comenzó a sonar la sirena en el cuartel y salió la primera dotación de bomberos voluntarios. Cuando cruzaron el paso a nivel de la calle Estrada, entendieron que tenían por delante una tarea difícil: “Se veía un hongo color naranja del polvo de ladrillos, una nube. Llegamos y la calle estaba llena de escombros. Nos pusimos a apagar la pila de tambores que tendrían solventes como alcoholes, ácidos y metanol”, recuerda con nitidez Rodríguez, en diálogo con DIA 32. Entre los primeros que llegaron en la autobomba KB5 estaban los vecinos Daniel Larghi, Carlos Ranne y Mario Wasserman.
Rápidamente acudió una segunda dotación con Óscar Schanz al mando. Más tarde, sería inevitable recurrir a otros cuarteles de la zona. No se trataba solo de controlar el fuego sino de empezar a rescatar a los operarios que habían quedado atrapados debajo de los escombros. Acudieron bomberos de Campana, Zárate, Pilar, Exaltación de la Cruz, San Martín y Villa Ballester.
Dolor y conmoción
El trabajo de rescate duró una semana. La gravedad de los heridos variaba de acuerdo al sector de la planta en donde se hallaban. Cuando llegaron los bomberos ya había dos víctimas fatales. Y tomó bastante tiempo localizar bajo los escombros a los otros dos fallecidos. La explosión en Parque Davis se cobró la vida de cuatro vecinos escobarenses: Tomás Irure, Fernando Paolini, Carlos Benn y Héctor Ricardo Demarco. Además, quince personas resultaron heridas; algunas de ellas con graves secuelas.
“Todos los médicos de Escobar se pusieron a disposición y se trasladaron allá, la Municipalidad mandó máquinas. Fue un acontecimiento muy impactante”, señala Rodríguez, que tras 28 años de servicio se retiró del cuerpo activo como comandante mayor, aunque sigue siendo miembro de reserva de la fuerza.
A través de la pericia se supo que la explosión estuvo vinculada a la elaboración de cloromicetina, un medicamento que se almacenaba en un recipiente con doble fondo. La mezcla levantaba temperatura y se la enfriaba constantemente con alcohol etílico. “Aparentemente se perforó el recipiente de adentro y, en consecuencia, se generó una reacción química que produjo la explosión del reactor”, amplía Rodríguez.
El domingo siguiente al accidente era el Día del Padre y esto implicaba que hubiera una línea menos en producción. Por tanto, de acuerdo a Rodríguez, había 40 empleados aproximadamente, de un total de 100. La sensación de aquellos a los que no les tocó ir a trabajar esa jornada resulta tan perdurable como el recuerdo de sus compañeros fallecidos.
“La explosión se sintió en todo Escobar. Los que se fueron eran todos conocidos, porque éramos un pueblo. Fue un hito para el cuartel con respecto a nuestra relación con la comunidad. Habíamos tenido un incendio en una estación de servicio y en febrero había sido el terrible accidente ferroviario de la estación de Benavidez. Fue un año difícil. Pero este episodio particularmente nos unió como grupo. A raíz de esto, el Rotary Club de Escobar nos dio una medalla de valor”.
El 20 de junio de 1970 los actos por el Día de la Bandera fueron suspendidos por el intendente (de facto) Alberto Ferrari Marín, quien decretó un día de duelo. Aquella semana, mientras los bomberos seguían levantando escombros, diarios de todo el país hacían referencia al suceso con titulares catastróficos. La empresa Parque Davis siguió trabajando, luego cerró y se vendió.
Aún cincuenta años más tarde, ningún episodio en Escobar resulta comparable. Las personas que lo vieron a lo lejos siguen recordando el anaranjado hongo de fuego y la vibrante sensación en el cuerpo a causa de una explosión, así como también está latente el agudo dolor de quienes perdieron a sus seres queridos.