El graffiti comenzó como una forma de llamar la atención, de marcar territorio y de expresarse. Al principio eran solo firmas, y la gracia estaba en dejarlas en los lugares más inaccesibles, peligrosos y molestos.
Este fenómeno, que a veces se roza con lo vandálico, comenzó a darse en Nueva York en la década del ‘60 con TAKI 183, un mensajero que dejaba su rúbrica en aerosol en cada lugar donde entregaba un paquete. Era Demetrius, un joven griego tan intrigante que en 1971 lo entrevistaron en el New York Times y muchos jóvenes empezaron a imitarlo, especialmente los seguidores del rap, el hip hop y el break dancing.
El objetivo de estos primeros graffiteros era dejar su signatura en el mayor número de sitios posibles. Así ganaban fama y status dentro del ambiente.
La cultura del graffiti explotó, no solo en Estados Unidos sino en muchos países del mundo, y se superó a sí misma, ya que empezó a mostrar obras mucho más complejas que una simple firma. Tuvo sus momentos de alza y de baja, pero con el correr del tiempo fue ganando adeptos en todos lados.
En los últimos días los graffitis volvieron a estar en el centro del debate y la polémica. Fue a partir de la ira del ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo, con un grupo de jóvenes que arremetió con pintadas contra las flamantes formaciones de la línea Sarmiento. La historia es bastante conocida: dos menores fueron demorados por la Policía y ahora el Estado intentará hacer que sus padres paguen los daños causados.
Es que para los cultores de esta expresión artística, los trenes son un objeto de deseo. “Un graffitero que pinta un vagón que se pasea por todos lados con su nombre se hace famoso”, explica a DIA 32 Gabriel Rey (29), quien en el ambiente es conocido como Byga Rey -su apócope al revés-. Y agrega: “El graffiti es el graffiti, tiene su raíz y no se va a poder frenar”. Si bien admite que alguna vez lo ha hecho, porque tiene que ver con la cultura misma, hoy lo suyo pasa por trabajar más tranquilo.
Skate, hip hop y graffitis
Nacido y criado en Matheu, Byga comenzó trazando imágenes sobre el papel desde muy chico. Tuvo el privilegio de heredar el arte desde la matriz. Su padre, Arturo Rey -“yo podría ser Lancelot, pero no lo soy”, bromea-; y su madre, Inés Rey, son pintores.
Con ellos y sus cuatro hermanos pasaba las tardes pintando y dibujando, intercambiando opiniones, viendo como cada uno progresaba por su lado, y también compitiendo por ser el mejor. Valía todo: copiar, calcar, inventar y dejarse influenciar por lo que a cada uno más le gustara. “Fue una infancia muy linda -asegura hoy-, pero de los cinco yo soy el único que se dedica a esto como forma de vida”. Actualmente dibuja muchas cosas que le recuerdan a esa época, sobre todo caras y gestos divertidos que suelen hacer los niños.
Byga sabía que tenía un talento pero debía perfeccionarlo, por eso tomó clases de historieta con el dibujante Walter Taborda -reconocido por el cómic Cazador, entre muchos otros-; investigó incansablemente sobre técnicas y estilos, miró a los demás trabajar y practicó durante horas y horas. Quiso hacerla completa y cantó en una banda de hip hop con sus amigos. Hasta que descubrió que era el graffiti lo que realmente le apasionaba.
Hay muchos sitios de la zona en los que dejó su huella marcada en aerosol. Uno de los últimos trabajos descansa sobre la persiana de una pizzería de la calle Rivadavia, cerca de la terminal, donde dibujó las caras de Diego Maradona y Lionel Messi, bien a tono con el comienzo del Mundial de Fútbol.
“Hace tiempo que con los dueños de la pizzería planeábamos ese mural y la verdad es que me sirvió mucho para conseguir otros trabajos, porque tuvo muy buena repercusión”, cuenta el artista, feliz por poder vivir de lo que le gusta. “Últimamente no hacía nada que me gustara y trabajar en algo así fue lo que siempre quise. Aunque no gano mucha plata, me alcanza para lo justo, puedo ver mi progreso y es algo con lo que puedo jugar”, señala.
Con respecto a la respuesta que recibe de la gente, Byga admite que al principio no solían tratarlo nada bien. Sobre todo porque su “arte” consistía en salir en skate a rayar paredes con sus amigos. Obviamente no pedían permiso, era algo así como lo que hacía Demetrius en Nueva York. Pero ahora es otra cosa: lo contratan para pintar o le ceden espacios donde hacerlo. “Matheu siempre fue un pueblito, ahora que se está convirtiendo más en ciudad la gente tiene más cultura y ya no se asusta tanto”, confirma.
La llegada de los blatodeos
Un gran mural con cuerpo de cucaracha y cabeza de Jim Carrey ocupa una inmensa pared en El Taburete, el taller donde da clases en Matheu. Las cucarachas lo identifican, aparecen en gran cantidad de sus obras, como una marca registrada.
Como casi todo lo que llega a la mente de un artista, la idea de los insectos surgió de casualidad. Una noche estaba dibujando, vio una cucaracha, la pisó y le gustó cómo quedó la textura. “Empecé a encontrarle mensajes y sentidos que sólo yo entiendo, tiene que ver con cuando te pisan un graffiti, una regla interna que muchos no entienden, pero que es así. Solamente vale pisarlo si es algo mucho mejor que lo que está. A mí me los rayaban, con eso y muchas cosas más tienen que ver las cucarachas”.
Pero no quiere que lo tomen como un artista que solo pinta repulsivos insectos. Por eso ahora, siguiendo lo que hacen sus padres, quiere intentar con los paisajes y con muchas otras ideas que caen en su cabeza y va procesando de a poco.
De su experiencia como profesor comenta que enseña dibujo, “un poquito de técnica, mucha práctica y mucho lápiz, que es lo que cualquier artista necesita para ablandar la mano”. Dice que se siente cómodo trabajando con chicos, que entiende sus ideas y en algunos se ve reflejado: “Hay uno en especial que ya no viene más, pero aprendió mucho, tiene un gran talento para dibujar coches y me hace acordar a mí por sus ideas y la manera de ver los dibujos. Eso para mí es muy interesante, porque si dejo uno o dos dibujantes en Matheu sería excelente, y si pudieran vivir del arte, genial”.
El año pasado Byga Rey fue premiado en un evento graffitero en San Martín. Ahora aspira a conseguir muchos trabajos pintando paredes, pero también piensa en hacerse de un oficio estudiando Artes Visuales.
Tomó una cultura de la calle, la hizo propia, y consiguió algo que parece imposible: hacerse escuchar a través de la pintura.