Por FLORENCIA ALVAREZ
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Alguna vez existió en El Cazador un punto de encuentro donde vecinos de todas las edades se reunían por diferentes motivos: los chicos a jugar, los jóvenes a hacer el picnic del Día de la Primavera y los grandes a recordar viejos tiempos. Ese lugar era el predio donde se encuentra la chimenea que hace más de 140 años perteneció a una destilería de alcohol en pleno apogeo de su producción. Un ícono del barrio, ubicada sobre la calle Kennedy -del lado que da a los bañados, hoy barrios privados-, una auténtica reliquia, de las que quedan pocas en la provincia de Buenos Aires.
Sin embargo, desde hace unos años el terreno en el que se encuentra fue vendido a particulares que la cerraron al público, guardándose para ellos parte de la historia local. Ante esta situación, desde la escuela primaria del barrio y el Centro Urbanístico de El Cazador (CUDEC) decidieron impulsar un proyecto para que se declare a la chimenea monumento histórico y así preservarla para que nadie pueda tomar la decisión de, algún día, hacerla desaparecer. Ni siquiera sus dueños.
La emblemática chimenea mide unos 43 metros de alto y está construida con ladrillos a la vista, de la manera en que los ingleses levantaban las estaciones de tren. Su extremo superior está artísticamente trabajado, pareciéndose más a una columna faraónica que a un tubo por el cual salía un densísimo humo. Hasta hace un tiempo se podía entrar a ella y escalar algunos metros valiéndose de unos antiguos escalones de hierro, un riesgo que los más curiosos aceptaban correr con gusto.
La fábrica a la que perteneció funcionó entre 1870 y 1890, estaba rodeada de un parque majestuoso con un gran lago artificial con embarcación incluida, algo similar a lo que el General Justo José de Urquiza había mandado a hacer en el Palacio San José de Concepción del Uruguay.
Fue una de las primeras empresas de la zona, muy prolífica, que daba empleo a muchísimos lugareños y forasteros. No quedan vestigios del edificio principal pero el estilo de la chimenea, lo único que permaneció en pie durante más de un siglo, da una idea de que la construcción de la fábrica también era esplendorosa.
Con los años, el terreno, de unas dos manzanas, fue pasando de mano en mano, pero nadie se hizo demasiado cargo del lugar. Es por eso que funcionaba como un rústico parque público al que todos tenían acceso. Cuentan los vecinos que finalmente, cuanto estaba a punto de rematarse, lo adquirió un matrimonio que pasa los fines de semana en la finca con la imponente construcción como decoración del patio trasero.
La chimenea de todos
La preocupación empezó a surgir fuertemente el año pasado, cuando un grupo de alumnos de la Escuela Primaria Nº7 investigaba la historia de Escobar y descubrieron que esa chimenea que siempre veían a lo lejos tenía un gran valor histórico. “Fuimos con los chicos de tercer grado y los padres y nos encontramos con que está dentro de un predio privado sin acceso al público. Nos pareció raro, injusto, porque a los chicos no les fue permitida la visita”, cuenta a DIA 32 la docente Martina Martin, quien desde ese instante se puso el proyecto al hombro.
“Consideramos que tiene que ser un monumento histórico, porque en su momento la chimenea fue un punto de encuentro para la mayoría de la gente que nació en Escobar. Todos los vecinos tienen alguna anécdota de situaciones que les pasaron allí”, agrega Martin.
Las adhesiones a la propuesta de declarar el lugar como patrimonio histórico y cultural se multiplican por decenas y ya no es solo el deseo de una profesora sino de todo un barrio y una comunidad educativa. De hecho, en la escuela piensan hacer un audiovisual alusivo.
La cruzada “Todos por la Chimenea” también tiene presencia en las redes sociales, a través de una página en Facebook con ese nombre. Ya cuenta con más de 300 seguidores, que comenzaron a dejar sus recuerdos, sus fotos y comentarios. “Mis viejos se conocieron al pie de la chimenea en 1953, durante una bicicleteada, y mi viejo se le declaró a mi mamá a su sombra el 23 de abril de 1954. O sea… le debo la vida”, asegura Daniel Pratt, una de las personas que compartió esa pintoresca anécdota en la fan page.
Antecedentes cajoneados
No es la primera vez que se presenta en la Municipalidad un proyecto para rescatar a la chimenea. Ya se había hecho años atrás, pero nunca hubo una respuesta concreta. Hoy son más personas las que se unieron en pos de este objetivo y, en ese sentido, la participación del CUDEC resulta clave para darle un mayor marco institucional al reclamo.
“La idea es juntar firmas para que la chimenea se declare patrimonio histórico o cultural, preservarla con fondos públicos y anticiparse a cualquier desastre que pueda ocurrir, porque hace años que no se le hace mantenimiento. Y lo más importante es que los dueños actuales o futuros no la hagan desaparecer, algo que hoy están en todo su derecho y podría ocurrir”, sostiene el presidente de la organización vecinal, Víctor Lessler.
A diferencia de Martin, considera poco probable que el lugar vuelva a ser abierto al público porque se convertiría en un largo litigio entre el Municipio y sus propietarios. “Hay antecedentes en todo el país de monumentos que están protegidos dentro de propiedades particulares. Esto implica que la persona que está allí no puede modificarla y menos destruirla”, explica Lessler.
Una vez reunida la mayor cantidad posible de firmas, el proyecto se enviará al Municipio y será el momento de que tanto vecinos como autoridades evalúen las opciones más viables y los pasos a seguir.
Protagonistas de una votación
Un hecho histórico y con ribetes muy curiosos generó entre los empleados de la destilería y la plaza de Escobar una tan circunstancial como estrecha relación. Así lo reveló el vecino Arnoldo Gnemmi, perteneciente a una de las primeras familias afincadas en Belén de Escobar, en un artículo publicado en el periódico de El Cazador:
“Como puede apreciarse en el plano del remate de las tierras que dio origen al nuevo pueblo de Belén, ordenado por doña Eugenia Tapia de Cruz, la fracción en venta estaba dividida en dos partes iguales por la línea del Ferrocarril de Buenos Aires a Campana y contaba cada una con un terreno destinado a plaza pública equidistante dos cuadras de la estación. Siete años después de aquel remate, el crecimiento del pueblo tornó imprescindible la habilitación de un paseo público y la construcción de una iglesia para completar su fisonomía. Surgió entonces un terrible dilema: ¿dónde concretarlos?
Los vecinos de ambos lados de las vías se disputaron el privilegio y el acuerdo resultó imposible. Entre tirar una moneda o sacar el papelito de un sombrero, decidieron realizar una elección. Eran más numerosos los habitantes del sector Sudoeste, pero con mucha astucia los pobladores del Noreste buscaron al personal que trabajaba en la destilería de El Cazador -la mayoría forasteros- y lograron el triunfo. Así lo vivió y así lo contaba mi abuelo paterno, don Juan Bautista Gnemmi”.