Los abuelos maternos de Silvia Vila (64) eran ingleses. En 1923 llegaron a Maschwitz y construyeron una casona en la esquina de Ricardo Fernández y Falucho. Fueron de las primeras familias en instalarse en el pueblo y testigos directos de varias curiosidades. Una de ellas, que la plaza estaba alambrada para que no entraran los caballos y las vacas que andaban sueltos.
Cuando Silvia tenía 17 años conoció a Juan Burnovicz (64), quien en su niñez había vivido en Dique Luján. Se casaron y lograron comprar “Sunny Patch”, la casa de los abuelos. Ella es profesora de inglés y de arte, y una de las impulsoras del decreto que convirtió a Maschwitz en “el pueblo de las artes”. Pero en 1995 pondrían en marcha una idea de Juan, que, apasionado por las plantas, decidió abrir un vivero en el jardín de su casa.
“Tenía un conocimiento práctico por haber sido criado en una quinta de verduras. Pero después cursé una tecnicatura en floricultura y eso me dio una excelente capacitación teórica. Me ofreció otra perspectiva de lo que es una planta, aprendí sobre sus enfermedades, cómo tratarlas y eso es un perfil que tiene el vivero”, explica Juan. Es así que a “Sunny Patch” llega la gente consultando, por ejemplo, cómo exterminar plagas y enfermedades. Allí consiguen los más diversos productos de sanidad vegetal recomendados por el experto.
Silvia, por su parte, fue empalmando su gusto por las Bellas Artes haciendo arreglos florales, ramos de novias, ramos de todos los días para la casa y aconseja a sus clientes sobre cómo combinar los colores de las flores en el jardín.
No es un vivero de producción sino de venta al público, se especializan en plantines florales, arbustos y algunos cítricos y árboles. También es posible encontrar plantines de tomate, ají, acelga y lechuga, entre otras hortalizas, para plantar directamente en la huerta y una gran variedad de aromáticas. “Pero también nos dedicamos a las plantas acuáticas, algo que no todos los viveros trabajan”, destaca Juan mostrando el estanque que alguna vez tuvo exóticas variedades de peces y que construyó a un costado de los senderos que permiten recorrer el mágico vivero.
En cuanto al hecho de estar casi integrado a la plaza Emilio Mitre, Juan bromea diciendo que “la excelente ubicación compensa un poco nuestra ineptitud comercial”. El matrimonio confiesa que más que un trabajo, para ellos es el placer de estar rodeados de plantas y de relacionarse con la gente. Los años les fueron dando experiencia y ya saben que la temporada fuerte es de agosto a diciembre: “Cuando arranca la primavera todo el mundo vuelve a pensar en lo verde”, afirman.
Como en todo, en el mundo de la jardinería también hay modas, en este caso impuestas por los paisajistas. “Ahora se manejan con otros criterios, como utilizar las plantas caducas como las gramíneas que en invierno quedan secas. En otra época nadie hubiese querido poner eso en su jardín”, analiza Juan. “Pero en paisajismo hay muchos que creen que el hecho de que la planta se seque, rebrote, florezca y demás, hace que la gente experimente el transcurso de las estaciones como algo beneficioso para la parte mental y psicológica. Cuando yo me conecté con eso me sentí mucho más atraído por las plantas. Son un fenómeno de una complejidad extraordinaria”.