Debajo del escenario, Lúcuma y Margarita son Paula Urquiza (24) y Natalia Stulle (32). Ambas viven en Ingeniero Maschwitz y se conocieron en el Colectivo Cultural hace un año, mientras cada una exhibía su número en una varieté. En ese entonces, Natalia estaba embarazada de seis meses lanzando al aire banderas y clavas. Fue ahí que decidieron unirse con un mismo deseo: armar un espectáculo de espíritu callejero para llevar a todos lados.
Natalia nació en Maquinista Savio, pero hace varios años que vive en el Pueblo de las Artes y en 2009 eligió especializarse en el swing: una técnica circense que combina danza y expresión corporal con diferentes objetos. Su fuerte son los malabares con fuego. “Llegué hasta acá motivada por otra disciplina, yo trabajaba con murales, hacía obras de arte en vivo. Mientras sonaban bandas de amigos, pintaba en movimiento, a veces con telas y acrílicos. Ese fue mi medio de expresión durante diez años”, recuerda.
Por un tiempo se radicó en Olivos, donde se encontró con mucha gente del teatro y desde su trabajo en escenografía comenzó a fascinarse con los números de circo. “Empecé como autodidacta a malabarear con elementos muy precarios, con mi hermano siempre jugábamos a rebolear cosas… También amábamos los espectáculos callejeros y yo soñaba con alguna vez ser parte de uno”.
Paula nació en El Talar y hace un año también eligió venirse a Maschwitz por su atractivo artístico. A los 17 empezó a incursionar en las disciplinas circenses, hasta que se inclinó por lo que más le atraía: es hulaulista (arte de girar, balancear aros) y practica acrobacia en tela. “La gratificación principal de esta profesión es la magia de poder salir a expresarme, lo que se puede generar en la gente a través de un espectáculo”, le cuenta a DIA 32.
El oficio de payasa
Hace ya un año que Natalia y Paula decidieron acoplarse y combinar sus capacidades para brindar algo distinto. Así nacieron las payasas Lúcuma y Margarita. “Fue un proceso donde ordenamos el show y pensamos qué queríamos mostrar. Buscamos cómo ubicar la risa en nuestras disciplinas. Hay momentos para jugar de payaso y otros para interpretar. Entonces resolvimos entrelazarlo todo con el baile. Variamos la música, usamos afro, tecno, electro, swing y salimos con lo que sentimos”, cuentan.
A la hora de elegir la vestimenta y la escenografía encontraron una estética propia que apareció naturalmente: “Usamos lo que nos representa y en ambas siempre hay algo que nos complementa, trabajamos en conjunto”, comenta Margarita.
Las dos dan clases en el centro cultural de la calle El Dorado todas las semanas. También eligen el espacio para ensayar y muchas veces son invitadas al espectáculo mensual de la Varieté. En sintonía con el espíritu del dúo, el Colectivo Cultural “es el escenario ideal para expresarnos. Nosotras somos ‘artesanas’, todo lo armamos y lo arreglamos con lo que hay. Lo hacemos con las manos y este lugar está constantemente en eso, no por nada estamos acá”, explican.
Desde su debut en una escuela de música de la zona hasta este presente, donde fueron contratadas por el Quo para su cartelera de vacaciones de invierno, pasaron ya unas cuantas presentaciones, llenas de humor, alegría y frescura. “Al margen de la incertidumbre que puede dar esta profesión, sentimos que el trabajo y el esfuerzo que ponemos da sus frutos”, resumen, felices.