La primera vez que manejó electrónicamente un auto a escala fue cuando tenía 7 años. Su padre lo llevaba a la plaza de Mataderos para que se divierta y maneje ante otros chicos. Después se creó un circuito en Parque Sarmiento, pero sólo pudo correr cinco veces porque la pista fue clausurada por ruidos molestos. Hasta ahí había llegado su hobby de los autos a radiocontrol, que retomó de grande y le daría enormes satisfacciones.
Santiago Meirinhos (35) nació en Capital, a los 10 años se mudó a Ingeniero Maschwitz y hace cinco vive en un barrio privado del emprendimiento San Matías junto a su esposa y sus dos hijos.
Como ocurre con la mayoría de los pilotos, manejar kartings fue su trampolín. “Hice todas las categorías, corrí Panamericanos y Mundiales. Mi sueño era llegar a la Fórmula 1 y mi ídolo era Ayrton Senna. Llegué a correr en Mónaco, donde salí 10° entre 150 pilotos y compartí circuito con Niko Rosberg, Sebastián Vettel y Lewis Hamilton. Fue increíble, aunque ellos no eran conocidos todavía”, le cuenta a DIA 32, mostrando sus antecedentes en el mundo motor.
Más adelante empezó a buscar sponsors para pasar a autos de fórmula, monopostos que llevaban una inversión económica mucho más grande. Y lo consiguió. Corrió algunas competencias en Fórmula Renault y Honda para conseguir la licencia de la Súper Renault, donde llegó haciendo varios podios.
Al año siguiente saltó a la Fórmula 3 Española. “Eran unos autos muy rápidos. Iba bien hasta que tuve un accidente grande en Cartagena, se me rompió una varilla de dirección y terminé contra una pared. Estuve varios días en cama, el auto se destruyó y fue el desenlace para que dejara. Había juntado plata para correr y en la escudería me hicieron pagar parte de los arreglos”, confiesa. Tenía 18 años y su corta carrera como piloto internacional estaba terminada.
Su próximo desafío al volante fue en el TC 2000, ya en el país y corriendo para el equipo de Mitsubishi. Participó en tres carreras: salió octavo, noveno y en la restante no pudo largar porque se le rompió el embrague. Fue un punto de inflexión.
“Ahí dije basta, no corro más. El automovilismo es muy difícil, hay muchos intereses. Tenía la cabeza quemada. Me la pasaba poniendo plata y buscando sponsors”, remarca, reflejando la dura realidad de un deporte que apasiona a multitudes pero que es muy desgastante para los protagonistas que no cuentan con recursos suficientes para solventar una actividad muy costosa.
Crack del radiocontrol
Por su paso frustrado en el mundo de los fierros terminó yendo al psicólogo, estaba mal anímicamente y había puesto un kiosco en Capital. Hablando con su hermano y un amigo les dijo que quería correr en autos a control remoto, compró uno y empezó a practicar. “Todo el automovilismo que tenía adentro lo pude volcar ahí”, sostiene, apasionado.
Ya lleva nueve años en esta disciplina y maneja coches a escala 1/5. El auto mide un metro de largo por 50 centímetros de ancho, pesa 10 kilos y está equipado con un motor de dos tiempos de 23 centímetros cúbicos, diferencial autobloqueante, freno a disco en las cuatro ruedas, amortiguadores, barra estabilizadora, chasis de carbono y parrillas de aluminio.
Su fabricante (una marca de Hungría) le da un coche por año y junto a su mecánico se encarga de la puesta a punto y demás cuestiones técnicas. El vehículo usa nafta súper mezclada con aceite y la velocidad final puede llegar a 110 kilómetros por hora.
La Copa América fue su primera gran competencia con los autitos, donde clasificó décimo. Después fue mejorando sus puestos en distintas carreras por Sudamérica y en Argentina rápidamente empezó a meter podios, mostrando una velocidad llamativa.
Su primer título fue el de campeón nacional en 2013 y quedó 33° entre 150 autos en el Mundial de Europa. Hasta que en 2017 se disputó el Mundial en Argentina, en La Tablada. Fue una semana entera de actividad (30 minutos por prueba), con 70 autos participando y de acuerdo al resultado cada piloto seguía compitiendo al día siguiente.
A la final llegaban los mejores, con una hora continua de manejo. Allí, el piloto está arriba de unas gradas y ve su auto a unos 50 metros. A esa distancia es muy difícil manejar sin cometer errores de toques, malas maniobras o despistes, en circuitos que pueden llegar a medir más de cien metros.
“En esa final le había sacado dos vueltas al segundo. A la media hora los autos paran a cargar nafta y el mío después no arrancaba, hasta que pude hacerlo andar. El que iba atrás mío me había sacado una vuelta, me quería matar. Lo alcancé, él justo vuelca, lo pasé y pude ganar. Ahí me cambió la vida”, afirma, fanatizado por su conquista. “Empezaron a llegarme ofertas de gomas, de carrocerías y propuestas para correr en otros países, fue algo increíble”.
Después corrió en Nascar (Miami), Austria, Suiza e Italia, entre otros destinos. Es múltiple campeón bonaerense y se consagró en Bolonia y en la Copa América 2018 de Fortaleza, Brasil.
Su nuevo gran desafío será en septiembre, cuando se haga el Mundial en Portugal, donde defenderá el título. Es el mejor piloto argentino de la especialidad y sigue soñando, como cuando era pibe y quería ser como Senna. “Me encantaría salir campeón europeo y del mundo otra vez, pero más me gustaría que la actividad sea reconocida en mi país como sucede en Europa”, asegura.
El piloto a control remoto más rápido del mundo es argentino y vive en Maschwiz.