Además de inculcarles disciplina y prestancia a las jóvenes que la integran, el grupo coreográfico municipal es un espacio donde el compañerismo y la solidaridad son valores centrales.

Por SOFIA MORAS
smoras@dia32.com.ar

Su primera presentación en sociedad fue en octubre de 2010, nada menos que en la Fiesta Nacional de la Flor. “Fue algo sencillo. Hicimos solamente un acompañamiento de la comitiva oficial, pero sirvió para que las chicas ganen en confianza y darnos a conocer en sociedad”, cuenta Natalia Arrighi, quien dirige desde su formación a la Guardia Floral.

Esta suerte de versión escobarense de la emblemática Guardia Nacional del Mar -grupo coreográfico musical creado en 1969 para promocionar a la ciudad de Mar del Plata- surgió por iniciativa del artista plástico Julio César Sergiani, quien siendo concejal presentó el proyecto en julio de 2010 y logró que el Concejo Deliberante y el Municipio conviertan su propuesta en ordenanza.

Sergiani creó el vestuario, que incluye un sombrero con el escudo de Escobar, e insistió en la importancia de la formación y la disciplina. Este trabajo recayó en manos de Arrighi, quien es bailarina, coreógrafa, actriz y vive en Ingeniero Maschwitz.

Tras aquel austero debut pasaron casi seis años y hoy la Guardia Floral se encuentra consolidándose. Recientemente participó del acto por el aniversario de Belén de Escobar y en el Encuentro Sudamericano de Volkswagen. “En este último tiempo se siente como una reaparición de la Guardia. Estamos dentro de las apuestas de la Intendencia y este apoyo nos hace sentir muy felices”, expresa la profesora en diálogo con DIA 32.

Algo más que coreografías

Si bien la función de la Guardia es engalanar y recrear actos protocolares, conmemorativos, eventos municipales, comunitarios y culturales, lo que Arrighi y este grupo de chicas hacen va mucho más allá, aunque no se vea. Para ellas, es un espacio donde prima la contención y se trabaja en la necesidad y los modos de expresarse. Todo esto la convierte en una escuela de vida que transmite valores específicos e inculca una conducta que permanece en estas jóvenes cuando se sacan las botas y salen a la calle.

“Cada vez que vengo me llevo algo, camino distinto en la vida. La postura en la calle ya es diferente, la tenemos incorporada”, cuenta Magalí (13), una de las integrantes más pequeñas del staff. El resto de sus compañeras asiente. “Para mí no se trata solo de demostrar las aptitudes de la danza, también es expresarnos, aprender cosas nuevas. Ser nosotras. No hay competencia, hay amistad”, afirma Belén (23).

“Es un lugar donde también tratamos nuestros problemas personales y nos preocupamos por la otra. Si no viene, la llamamos”, aporta Mayra (16). Y Rocío (21) completa compartiendo su mirada de esta experiencia grupal: “Cuando empecé lo tomé como un pasatiempo, pero después se volvió una responsabilidad y más tarde entendimos que siempre tenemos que estar preparadas”.

Los ensayos incluyen conversaciones de asuntos personales, meriendas y danza. Trabajan en una preparación física específica y en las técnicas básicas de la danza clásica, incluyendo jazz moderno y expresión corporal. Cada semana se reúnen para trabajar en distintos objetivos.

“Hay llantos, sonrisas y abrazos que ocupan un lugar que no ocupa la técnica. Pero solo así logramos crear un estilo que trabaja fuertemente en la madurez que implica entender la responsabilidad de ponerse un uniforme y representar al Municipio. Estas cosas no se estudian en ningún lado”, concluye Arrighi.

Mientras en Escobar haya primavera, habrá quien custodie las flores.

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