Por DAMIAN FERNANDEZ
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Nacieron separadas y por diferentes causas, no comparten repertorios ni estilos y hasta persiguen distintas finalidades, pero todas tienen algo en común: llevan música de calidad a los oídos. De un tiempo a esta parte, las orquestas sinfónicas plantaron bandera en el partido de Escobar y, lejos de cualquier clasismo, se convirtieron en un auge que no para de crecer y asombra por su capacidad de integración social.
El origen de este fenómeno se remonta a 1996, cuando se conformó la Banda Municipal de Música de Escobar. Fue en el inicio de la gestión de Luis Patti en la Intendencia, cuando la Dirección de Cultura estaba en manos del entrañable Ulises “Cacho” Sureda. Hoy la agrupación cuenta con 24 músicos, que van desde los 25 hasta los 70 años.
Actos protocolares, escuelas, iglesias, plazas, en fin, en todo aquel lugar que la Comuna lo requiera, la orquesta oficial dice presente con un repertorio que nada tiene que ver con la Filarmónica de Viena. “Es muy amplio, abarcando distintos y muy diferentes ritmos como folklore, tango, jazz, centroamericano, melódico, tropical, es decir, todo lo popular, como así también temas infantiles. Depende siempre del lugar y la ocasión”, indica el maestro Roberto Rossi, director de la Banda a DIA 32.
“El objetivo principal de la orquesta es cultural, brindando entretenimiento gratuito para toda la población, como así también conciertos didácticos en las escuelas para todos los niveles educativos”, concluye el referente del conjunto profesional, que ensaya los lunes de 19 a 21 en la Casa de la Cultura de Escobar.
También dependientes del Municipio, las orquestas de los barrios Amancay (Maquinista Savio) y Lambaré (Ingeniero Maschwitz) surgieron en 2013 como un proyecto de inclusión social a través de la música. Actualmente, ambas suman cerca de 250 alumnos de entre 7 y 18 años que cada vez están más familiarizados con sus flautas, trompetas y violas.
“Los objetivos primordiales son la inserción social, el trabajo en equipo, la lucha contra las situaciones de violencia doméstica y adicciones y el desarrollo artístico de los chicos”, afirma el director del proyecto, Federico Pecchia. Los ensayos son dos veces por semana: los lunes y miércoles a la tarde en las escuelas del barrio.
“Lugar de descanso”
Eso significa en la lengua mapuche el término “Tunquelen”, nombre que adoptó a mediados de 2012 la banda sinfónica oriunda de Garín, que recientemente se dio el gusto de tocar en el mismísimo Centro Nacional de la Música y la Danza, en Capital, y en un encuentro en la Universidad Nacional de General Sarmiento.
“Realizamos ritmos latinoamericanos, como cumbia colombiana, caporal, tinku, son jarocho, chacarera, chámame y otros. La idea es acercar bienes culturales a los sectores menos favorecidos y difundir nuestro patrimonio cultural”, expresa Sonia Miño Gálvez, quien junto a Oscar Portillo dirige la Orquesta Tunquelen.
Hasta el momento, son cerca de cien los alumnos, de entre 7 y 15 años, que se reúnen los martes, miércoles y sábados en la Escuela Nº5 para practicar y sacarle lustre a sus sikus, charangos y bombos legüeros.
La agrupación infantil se conformó a través del Programa Social “Andrés Chazarreta”, dependiente del Ministerio de Cultura de la Nación, creado en 2006 con la misión de organizar talleres y orquestas o ensambles que incluyan en sus plantas la enseñanza y utilización de instrumentos usuales en la música argentina y latinoamericana.
Por eso mismo, Tunquelen es la banda escobarense que más se aleja de los cánones de la música clásica y de cámara interpretada por cualquier filarmónica del mundo. “Conservar nuestro proyecto tal cual es hoy y que todas las orquestas del país sean mantenidas más allá del color político de cada región”, esgrime Gálvez al ser consultada sobre las expectativas de la agrupación, rogando que los cambios de gobierno no hagan mella en este interesante proyecto.
De lo público a lo privado
Entre tanta oferta y variedad, la Orquesta Escuela Ingeniero Maschwitz es quizás el ícono más emblemático del auge de bandas sinfónicas en el partido. Nació en 2009, casi por obra del destino, en la Casa de la Cultura de esa localidad y ahora tiene 110 integrantes de 8 años en adelante divididos en cinco “sub-orquestas”: Orquesta Sinfónica de Niños, Orquesta barrio San Miguel, Orquesta de Cuerdas de Adultos, Orquesta Sinfónica de Adultos y Banda Sinfónica Juvenil.
Su formación es “cien por ciento clásica”, pero tiene un vasto repertorio que va “desde Vivaldi hasta música de película, como El Padrino y Piratas del Caribe”, cuenta su mentor y director, Mariano Botet. “Tocamos algo que al público le interese, que la banda pueda tocar y que también les guste a los músicos. Es una mescolanza”, confirma.
Como no es municipal, el proyecto se sostiene con un bono social que pagan las familias y con donaciones de comerciantes. Pese a esto, tiene cerca de veinte profesores y, además, le presta el instrumento pertinente a la persona que recién se inicia en el mundo de la sinfónica.
“La mejor herramienta que tenemos para educar es que el chico tenga su propio instrumento y que no lo comparta. En muchos proyectos de Nación pasa que malentienden el aprender a compartir con el dar un instrumento cada cuatro chicos y tener que compartirlo. Vos con tu hermano aprendiste a compartir, pero no tus calzoncillos. Los instrumentos son algo recontra personal”, critica Botet.
“El objetivo es formar personas y músicos que sepan trabajar colectivamente. Armar una orquesta completa, social, con chicos que no tengan que gastar nada para estudiar”, remata uno de los ideólogos de esta movida cultural que, aunque con distintos matices, no para de crecer y de generar oportunidades para todos por igual.