Lleva 45 años al frente de la farmacia más antigua de Garín, pero además es ingeniero y piloto de avión. Crítico de la actualidad, añora los tiempos felices y dice que vive con miedo por la inseguridad: “Tuve quince robos en un año”.

Gustavo Ernesto Koiffman (61) es descendiente de una familia ucraniana y otra de origen italiano, sin embargo, su apellido europeo se transformó en sinónimo de una pujante ciudad del Conurbano bonaerense. Todo comenzó a mediados del siglo pasado, cuando tras un frustrado negocio en Mar del Plata, su padre Isaac llegó a Garín y se convirtió en el primer farmacéutico del pueblo. Desde entonces, se tejió una relación que fue creciendo a lo largo del tiempo y que volvió al mayor de los herederos en uno de los comerciantes más respetados de la localidad.

A diferencia de lo que suele ocurrir en toda actividad profesional, su vínculo con la farmacia se inició a la fuerza y no por deseo personal. Tras la muerte de su progenitor, en 1973 -su madre había fallecido en el ‘66-, el comercio se quedó sin graduados en la materia y la normativa indicaba que por lo menos debía tener uno. Caso contrario, sería clausurado y, por ende, los cuatro hermanos se quedarían sin sustento económico.

“No me gustaba, pero yo era el más grande y asumí la responsabilidad de hacer la carrera, en la UBA. De alguna manera, me hice cargo del negocio y de mis hermanos”, le cuenta a DIA 32 en el comedor de su casa, con el recuerdo a flor de piel.

Más allá de esta decisión, obligada por las circunstancias, Koiffman redobló sus fuerzas para poder estudiar al mismo tiempo lo que realmente le interesaba: Ingeniería, en la UTN. Fue la única de las dos carreras que logró terminar y por la cual obtuvo una beca por seis meses en la Universidad de Padova (Italia), una de las casas de altos estudios más antiguas y prestigiosas del mundo.

“Estuve en el aula magna donde Galileo Galilei daba cátedras. Y rescato más la cuestión humana que la científica, porque conocí otras culturas que me abrieron la cabeza”, confiesa sobre esa experiencia, única.

No obstante, su verdadera pasión la descubrió al regreso del Véneto, en 1986, cuando tras introducirse en el mundillo de la aeronáutica empezó a volar planeadores –avión sin motor- y no paro nunca más. “De chico soñaba que volaba como Superman. Así empezó la cosa”, confiesa, sin vergüenza.

Participó de numerosas competiciones, obtuvo algunos premios y actualmente sigue despuntando el vicio en el Club Albatros de San Andrés de Giles. Además, encabeza la Comisión de Récords e Insignias de la Federación Argentina de Vuelo a Vela (FAVAV).

A pesar de todo, por razones económicas y etarias -“a los 30 años ya sos grande para empezar una carrera de piloto”, dice-, este hombre polifacético y “exigente” con los suyos prefirió entregarse a la farmacia que heredó de su padre -es socio comanditado por no poseer título- y que desde 1968, mudanzas y cambios de nombres mediante, funciona frente al polideportivo de Garín, sobre el boulevard Perón -tiene una sucursal en Fructuoso Díaz y San Martín-, desde donde observa el paso del tiempo y le toma el pulso a la ciudad.

-Dicen que la atención al público te da un parámetro de cómo está la sociedad. ¿Vos cómo ves a la garinense?
-Es verdad y, lamentablemente, veo que nuestro pueblo ha crecido mucho en volumen, pero ha descendido a niveles muy grandes en calidad de vida. Y esto no es ningún descubrimiento mío. A veces voy a San Andrés de Giles, donde la gente se queja porque quizás a alguno le robaron una bicicleta del fondo de la casa, pero vos te encontrás en el verano con los abuelitos sentados en la vereda mirando la televisión de su casa con la puerta abierta, como alguna vez fue acá. Yo tuve quince robos en un año, contando las dos farmacias, y una entradera acá con toda mi familia adentro. Te puedo asegurar que es algo horrible y difícil de sacarte de la cabeza. Ahora vivís encarcelado y antes eras libre. Añoro el Garín de antes.

-Más allá de la seguridad y libertad perdidas, ¿qué es lo que más extrañás de aquel pueblo?
-Notar que el otro está contento. Hace unos años le preguntaron a una persona que volvía a la Argentina, después de haber vivido algún tiempo en España, cómo encontró al país y respondió: “Bien, pero la gente está más triste”. Y eso para mí fue como una puñalada en el corazón. Es muy grave. Acá tenemos todo para vivir bien, pero no, vivimos tristes. Es triste no poder vivir con la alegría que se vivía cuarenta años atrás.

-¿Crees que algún día podrá volver a ser como antes?
-Me encantaría poder decir que sí, pero de muchos años a esta parte veo que vamos cada vez un poquito más abajo. Por más que haya gente empeñada y ponga todo de sí para que las cosas cambien, yo no lo veo. Ojalá que esté equivocado.

-¿Considerás que la única manera de salir adelante como sociedad es con mayor educación de las masas?
-Es condición necesaria, pero no suficiente. La educación es indispensable, pero hacen falta otras cosas también. Como acabar con la corrupción. Vos necesitás tener educación y también saber que los demás están educados. Tu educación y la de tu familia no te van a asegurar nada. Yo me quise ir de este país en una de las tantas crisis, porque consideraba que las condiciones de vida eran indignas y quería algo mejor para mis hijos. Finalmente, después de hablarlo con mi mujer, decidí quedarme, pero estuve a un enter de irme a Italia con trabajo -de ingeniero- y todo.

-En cuanto a la actual gestión municipal, ¿observaste algunas mejoras en los últimos tiempos?
-Sí, visualizo algunas mejoras, algunos movimientos. Veo que por ahí se hacen algunas cosas, pero, primero y principal, Garín necesita tener un hospital. Cuando yo estudiaba en Padova y trabajaba con algunos médicos, de acuerdo a una estadística que manejábamos, había una cama de hospital público por cada cien habitantes. Y Garín no tiene una sola cama de hospital público.

-Si pudieras pedirle tres cosas al Intendente para que mejore Garín, ¿cuáles serían?
-Las barreras del paso a nivel del reloj no funcionan hace quince, veinte años. Yo cruzo por ahí cuatro veces por día para ir a la farmacia y en dos oportunidades casi me arrolla el tren estando las barreras levantadas. O sea, le pediría que gestione ante quien corresponda ese arreglo y que, mientras tanto, ponga gente ahí para evitar más desgracias de las que ya hubo. Segundo, que terminen el hospital -del Bicentenario- de una vez por todas y, por último, también ligado a la salud, que pongan médicos en la UDP, ya que todos los días recibo clientes que vienen quejándose de que no los atendieron porque no había médicos. Y no creo que toda la gente me mienta.

FICHA PERSONAL

De las farmacias al club

Gustavo Ernesto Koiffman nació el 7 de marzo de 1957 en San Isidro, pero desde sus primeras horas de vida reside en Garín. Hijo de Isaac Koiffman, primer farmacéutico de la localidad, está casado desde hace 30 años con Gabriela D’Atri (52), tiene tres hijos -Jorgelina (27), Pablo (24) y Tomás, (22); todos trabajan en la industria aeronáutica- y una nieta en camino. A pesar de ser ingeniero y piloto de avión, desde hace 45 años dirige junto a su hermano Eduardo la farmacia que compró su papá en 1955. Hincha de Boca, divide su tiempo entre las dos sucursales y el Club Albatros de San Andrés de Giles, donde práctica el vuelo a vela, su principal pasión.

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