Dando clases en un jardín de infantes sufrió un ACV y sintió que el mundo se le venía abajo. Tras recuperarse, decidió cumplir el sueño de trabajar en un cuartel, sin dejar la docencia. Encontró su lugar en Paraná, Entre Ríos. “Lo disfruto mucho”, asegura.

Hay personas que nacen con más de una vocación. Y que logran reinventarse a partir de las adversidades, haciéndose más fuertes y sacando lo mejor de sí. Es el caso de Teresa Lapadula (51), una docente escobarense que después de haber sufrido un accidente cerebro vascular (ACV) redobló la apuesta y se alistó como bombera voluntaria.

Ella siempre fue maestra jardinera. Pero su vida cambió repentinamente el 18 de agosto de 2011, cuando tuvo un ACV en el jardín donde se desempeñaba. El tratamiento médico fue largo, arduo, pero tuvo un desenlace más grato de lo que hubiera imaginado, porque le permitió cumplir un anhelo de su adolescencia que aún seguía latiendo.

“El médico le preguntó a mi marido qué cosas me gustaban hacer y él le dijo ‘pintar y leer’. El doctor opinó que no, que tenía que hacer algo que me saque de donde había quedado, porque estaba como en un pozo. Ahí resurgió lo de ser bombero y empezamos a buscar lugares”, le cuenta a DIA 32 sobre su incursión como servidora pública, algo que vivió como un escape de la situación límite que le había tocado sobrellevar.

Así, desde el 27 de junio de 2012, es oficial ayudante en el cuartel de bomberos de Paraná, Entre Ríos, algo que la llena de orgullo y satisfacción.

“En un encuentro de la Cruz Roja habíamos conocido gente del cuartel de Paraná. Ellos tenían el grupo K9, de búsqueda y rescate de personas con perros. Como a mí me gustaba mucho el tema, mi marido mandó un mail para ver si me aceptaban. Y así empecé”, comenta.

Su esposo, Gabriel Belleggi, también se sumó al cuartel como chofer de las autobombas. “Para mí que pensaron que íbamos a durar dos meses, pero seguimos y cada vez estamos más contentos de lo que hacemos”, afirma, contenta.

El matrimonio viaja todos los viernes por la tarde y regresa los domingos a la noche, con más de cuatro horas de ida y otras tantas de vuelta. Así todas las semanas, algo bastante agotador pero que saben transitar con alegría.

“Claro que a veces me canso. En épocas normales salía del jardín a las 5 de la tarde y mi marido me esperaba con la camioneta lista para salir. Los sábados entrenamos con los perros, más las salidas… te cansa un poco. Este receso que tuvimos vino bien para descansar y extrañar, estuvimos casi nueve meses sin poder viajar”, señala, en relación a la pandemia.

Siempre a la orden

Para ser bombero se necesita una templanza que no muchos tienen, valentía y esa necesidad de servir y ayudar a quien lo necesita, sin importar nada más. “A mí me moviliza el hecho de ser útil. Después de mi ACV tuve que aprender a caminar, a hablar, a sociabilizarme. Y fue como devolverle algo a la vida, por no haberme muerto o haber quedado postrada. Pasa por ahí, por sentir que estoy para algo en esta vida y que puedo ayudar”, confiesa la escobarense, que tiene tres hijos -Daniela, Nicolás y Lucas- y cinco nietos que adora, más siete perros y cinco gatos.

En nueve años de servicio le tocó estar en cientos de salidas, de todo tipo. Algunos accidentes menores, rescates, búsqueda de personas con perros, incendios grandes o más sencillos. Pero hay algunos sucesos que recuerda con más sensibilidad, por la magnitud o el valor afectivo que cargaban.

En agosto de 2013 participó como rescatista en la explosión de un edificio en el centro de Rosario por un escape de gas, donde murieron muchas personas y otras tanto fueron salvadas por los bomberos. “Trabajamos seis días y participamos con los perros, fue algo que me marcó bastante por ver las familias esperando que se rescate debajo de los escombros a sus seres queridos. Nos premiaron en el Congreso de la Nación, fue muy emotivo”, recalca, acerca de la tragedia más grande en la que le tocó estar.

Otro acto que la marcó y que recuerda emocionada fue la primera vez que le hizo reanimación cardiopulmonar (RCP) a una persona. Con la particularidad de que era la madre de un bombero de Paraná. “El cuartelero nos avisó del llamado de urgencia. Salimos y vimos al compañero arrodillado haciéndole los trabajos a su madre, fue muy movilizante. Cuando él no dio más seguí yo. Al sentirle el corazón fue guau, muy fuerte”, narra, después de aquel hecho en donde la mujer logró recuperarse.

Hizo prácticas, cursos y se dio el gusto de estar en todas las salidas que hubo en Paraná los fines de semana en la última década. Pero los años pasan y ella sabe que el retiro será difícil, que costará asumirlo. “Siento que una cada vez está más grande y puede menos cosas, pero el día que no me pueda subir más a un camión me va a doler. Por eso disfruto mucho del viaje y de lo que hacemos”, explica, con un dejo de melancolía.

“Entre Ríos es la cuna de mis abuelos, mi madre, mis tíos, y a mí me dio la posibilidad de lograr un sueño. Me ayudó muchísimo en salir adelante. En cada salida me siento satisfecha porque hacemos lo mejor que podemos. Pero no somos dioses, siempre hay que seguir aprendiendo”, sostiene Teresa, que disfruta tanto de ser bombero como de estar viva, si es que ambas cosas no son lo mismo para ella.

EL PEOR RECUERDO. Lapadula estuvo en la explosión de un edificio en Rosario, en 2013. Hubo 22 víctimas fatales.

SU AMISTAD CON DANIEL GONZÁLEZ

Promesa cumplida en honor a un camarada

Durante muchos años, Teresa Lapadulla trabajó en el Jardín de Infantes Nº 913 del barrio Lambertuchi. Pero desde hace unos días se sumó al equipo docente del Jardín Nº924, que lleva el nombre del bombero voluntario Daniel González, ex jefe del cuartel de Escobar, quien falleció en 2004 al sufrir un accidente cuando iba a apagar un incendio en el parque industrial de Pilar.

“Daniel fue padrino de casamiento nuestro. Era un gran amigo. En 2011 hacen la imposición del nombre y ese día estuvo su señora, Teresa. Me dijo que ese tenía que ser mi jardín. Le prometí que sí, pero justo me dio el ACV y tuve cambio de funciones varios años”, cuenta.

Aunque en su momento no pudo cumplirle la promesa a su amiga, que murió unos años después, en 2021 pidió un movimiento de sus cargos titulares a ese establecimiento, para cerrar allí su carrera. “Estoy muy feliz por cómo me recibieron. La foto de Daniel nos acompaña todos los días, él ya es parte de la historia del jardín”, asegura, aliviada y feliz.

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