Sin exagerar, la vida de Tomás Várnagy (70) daría para escribir un libro. Justo de él, que tiene tantos publicados, aunque ninguno versa sobre las sorprendentes vivencias de su historia personal: recorrió decenas de países -casi todos por trabajo-, estuvo un mes en Kosovo, sobrevivió a un naufragio y a los 33 años se enteró que su padre no era quien creía.
Casi dos décadas de la vida de este cientista social, profesor universitario y escritor transcurrieron en Belén de Escobar. Corría 1978 y residía en Capital Federal cuando le surgió la posibilidad de ir a trabajar a Suiza. Vendió todo y se instaló con su mujer en Villa Rosa, donde sus padres tenían una quinta. “Estuvimos meses esperando, pero el trabajo no salió”. Dadas las circunstancias, empezó a buscar algún lugar para poner un taller de refrigeración y lo encontró en la avenida 25 de Mayo al 700.
Al lado del local había un garage, donde su compañera abrió una retacería. “El proveedor de las telas era Daniel Filmus. Yo era amigo de su padre, Salomón”, señala Várnagy, que recuerda haberse quedado toda una madrugada debatiendo sobre la invasión soviética en Afganistán con quien veintipico de años después sería ministro de Educación de la Nación. “En ese entonces él era de la Federación Juvenil Comunista y la defendía”, acota.
Entre 1981 y 1986 fue gerente de mantenimiento y reparación de containers marítimos de una empresa que ya no existe (Container Transport International). Consiguió el empleo leyendo un aviso clasificado en el Buenos Aires Herald. “Buscaban un pintor y soldador que hable inglés”, rememora. Una rareza a su medida.
En esos años viajaba seguido a Chile, donde tenía sede la empresa. Fue un tiempo de bonanza: “Ese laburo me salvó la vida y me permitió construir la casa. Además, viajé a EEUU, Brasil, Chile, Paraguay… Fue un cambio de vida total”.
Su vida pudo terminar cuando tenía 40 años. En 1990, trabajando para una firma japonesa, iba a bordo de un enorme barco que se hundió tras chocar contra un iceberg entre Groenlandia y Canadá. Eran 30 tripulantes y todos se salvaron gracias al traje térmico de supervivencia que les habían dado. Todavía conserva el suyo. “Estuvimos catorce horas esperando el rescate”, revive.
En una de esas expediciones también conoció y trabó relaciones con comunidades esquimales.
Entremedio, no se separó de su oficio de reparador de heladeras, que mantuvo durante 15 años. Y entre 1992 y 1993 dirigió la revista local Eugenia (ver Efímera pero inolvidable…).
En 1995 se separó y volvió a Capital, donde ya estaba dando clases de Teoría Política en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Escobar, donde vive el menor de sus cuatro hijos, hoy es casi un mero recuerdo: “En los últimos cinco años habré vuelto dos veces”, admite, sin culpa.
Una infancia difícil
En su perfil de Wikipedia -escrito por un ex alumno suyo-, dice que nació el 25 de septiembre de 1950 en Buenos Aires. Pero la realidad es un poco distinta.
“A los 17 años, cuando terminó la Primera Guerra Mundial, mi madre se casó con un húngaro, de apellido Várnagy. Entran los soviéticos y ellos se escapan a un campo de refugiados en Austria, donde conocen a un tal Kovács, su mujer y su hijo. Tenían posibilidades de ir a Canadá o Australia. Pero Kovács tenía familia en Chile y propuso venir acá. En el barco él y mi madre tuvieron relaciones y de ahí salgo yo. Pero de esto me enteré recién a los 30 y pico. Mi madre, que falleció joven, nunca me lo contó”.
En rigor, Várnagy nació en Chile. Su padre, dolido por la infidelidad, se vino a Buenos Aires. Poco después, su madre hizo lo mismo, “en negro, sin hablar el idioma y sin un mango”. En esas condiciones, decidió llevarlo a una suerte de orfanato de unas monjas húngaras en Platanos, partido de Berazategui, donde se crió. “Los fines de semana venía a visitarme”, apunta, comprensivo. La suya no fue, claramente, una infancia soñada.
Recién a los 12 años tuvo su partida de nacimiento. La madre pudo localizar y convencer a su ex marido para que firme los papeles y mantenga el secreto.
El tiempo pasó, Várnagy creció y empezó a forjar un destino más venturoso. Por caso, cursó el último año de la secundaria en Estados Unidos, becado. En 2018 se reencontró con sus ex compañeros en West Carrollton, Ohio para festejar los 50 años de aquella graduación. Se hospedó en la misma casa y con la misma familia. Increíble.
Formación profesional
“Siempre fui rata de biblioteca, me encanta leer, estudiar y escribir”, afirma, aunque su formación profesional sufrió demoras por causas de fuerza mayor. “Mi carrera académica recién empezó 15 años después de lo normal. A los 25 me faltaban cuatro materias para terminar, era 1975. Cerraron la Facultad de Filosofía y después vino el Golpe. Entre la dictadura y mis cuatro hijos, no me pude dedicar full time”.
Dando charlas y conferencias recorrió casi toda Europa, Sudamérica, Indonesia, Japón y, por supuesto, Hungría. En 2001, estando en su tierra natal, tuvo que elegir entre ir un mes a París o a Kosovo. Obviamente, optó por conocer el derruido territorio de los Balcanes.
Como es aficionado a la fotografía, de cada viaje conserva fotos alucinantes que exhibe en las paredes de su casa, sobre la avenida Daract, cerca de Parque Chacabuco, donde recibió a DIA 32. La impactante decoración del inmueble merecería una nota aparte.
Políticamente se define como alguien con “simpatía por el socialismo democrático”, apasionado por la teoría política, el comunismo en países de Europa Central y Oriental y el humor político clandestino.
Carismático y dueño de un gran sentido del humor, dicen que sus clases universitarias son magistrales, entretenidas e inolvidables. Pero, debido a su edad, ya inició los trámites para jubilarse, aunque seguirá siendo profesor consulto de Teoría Política en la UBA.
Mirada crítica
De su periplo internacional y la inevitable comparación con Argentina, comparte algunas conclusiones: “En los países europeos o del primer mundo, no tenés problemas económicos. Trabajás y vivís. Podés pagar el alquiler, comer y ahorrar. No existe el problema de pensar si llegás a fin de mes. Quizás ahora, por la pandemia”.
En contraposición, señala que “en Estados Unidos es terrible el tema de la seguridad social. No tenés vacaciones, no existe. Trabajaste 30 años en una empresa, te echan y no tenés indemnización, cero. Si no tenés trabajo ni seguro social y te rompiste una pierna, podés perder la casa por la atención médica. Es el capitalismo salvaje”.
Cuando tiene que hablar de la situación en el país, sentencia con énfasis que “lo peor de Argentina es la corrupción y la desigualdad social”. Y agrega: “Como hijo de inmigrantes, me da muchísima pena ver que mis hijos sean emigrantes. Y que en 1975 teníamos 6% de pobres y ahora tenemos más de 40%… La corrupción es el cáncer de Argentina”, sostiene.
A nivel personal, dice que la cuarentena le resultó algo “maravilloso”. “Soy un tipo bastante solitario y autista. Me encanta estar solo, leer, escribir y dedicarme a mis plantas. Aprendí a cocinar, ahora cocino muy, muy bien. Lo único que extrañé fue dar clases, porque tengo una muy buena relación con los alumnos y el Zoom no es lo mismo”.
Pensando en la vuelta a la normalidad, dice que tiene ganas de retomar el gimnasio, dar cursos por internet y “cuando se pueda, viajar”.
Actualmente está escribiendo un libro sobre Maquiavelo, a pedido de Eudeba, y otro sobre humor político: Arruinando chistes. Tiene para entretenerse. Y para seguir entreteniendo.
FICHA PERSONAL
Apasionado por la academia
Tomás Várnagy es doctor en Ciencias Sociales, profesor universitario en Filosofía y Teoría Política (UBA), ensayista e investigador. Escribió y compiló varios libros y es autor de numerosos capítulos y artículos académicos y periodísticos en español, inglés y húngaro. La mención completa de su CV ocuparía muchísimo espacio.
De su relación con Cristina Brao tuvo cuatro hijos: Eric (43), Axel (42), Owen (40) y Ian (34). Los tres más grandes viven en el exterior y el más chico en la casa paterna, sita en Don Bosco al 500, en Belén de Escobar.
Hace veinte años está en pareja con Laura Ercej -de origen croata-, quien es trabajadora social y especialista en gerontología. Uno de sus dos gatos se llama Pushkin, en homenaje al fundador de la literatura rusa moderna Aleksandr Pushkin (1799-1837), cuya obra admira.
UNA REVISTA DISTINTA
Efímera pero inolvidable: el recuerdo de Eugenia
Los ’90 fueron una década de cierto auge para los medios escobarenses, con la aparición de nuevas propuestas en distintos formatos. Una de ellas fue la revista Eugenia -su nombre aludía a Eugenia Tapia de Cruz-, que se editó entre mayo de 1992 y septiembre de 1993. Catorce ediciones, una mejor que la otra, con un destacado staff, cierto toque de intelectualidad y audacia, humor y la permanente premisa de contribuir al debate más plural posible de los asuntos locales.
El director de Eugenia fue Tomás Várnagy. Entre sus colaboradores permanentes estaban Juan Pablo Burczynzki, Alejandra Díaz, Fernando Moura, Norma Cattáneo, Alejandro Ambas, Arnoldo Gnemmi, Ignacio Noé (ilustraciones, algunas memorables), Alberto Ranne y Eduardo Noé (fotografías).
“Queríamos hacer algo de calidad que no solo sea fuente de información sino también de opinión. Y salió bastante bien para lo que era la época”, recuerda Várnagy.
Sin embargo, la revista dejó de editarse sin previo aviso, por un motivo común a otras tantas publicaciones: “Era mucho laburo, no daba guita y ya no llegábamos a juntar para pagar la impresión”.
A pesar de que su vida fue efímera, muchos aún hoy la recuerdan con nostalgia y aprecio. “Fue una experiencia colectiva muy satisfactoria, porque uno se mataba haciendo algo que le gustaba”, afirma Várnagy, a tres décadas de aquella aventura.