Director de las comedias teatrales más taquilleras, hace 25 años que da clases en Palermo y dicta un taller en Maschwitz. Dice que le gusta “hacer reír con armas nobles” y cuestiona el vedettismo actoral. Además, la lucha junto a su esposa por ser padres.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

La nómina de espectáculos en las que figura como director parece infinita. Carlos Evaristo (57) confiesa que no lleva la cuenta, pero que en esas listas hay muchas obras que no aparecen porque fueron producciones independientes. Entre las más taquilleras aparecen comedias como El champán las pone mimosas, Soltero… ¡y con dos viudas!, Rumores, Pijamas, El último de los amantes ardientes, Taxi, Vengo por el aviso, Miti y miti y Una noche en Liniers, baby. Una prueba fehaciente de que trabajó con todos y cada uno de los protagonistas de la escena local.

La suya es una vida dedicada al teatro, a dirigir obras y a formar actores. Transitó todos los caminos de un oficio que lo hace feliz y lo completa. Aunque, advierte, los actores “son personas complicadas”.

Empezó con su escuela de teatro El Túnel, en Palermo, hace 20 años, donde también funciona una sala en la que genera sus propias obras. En ellas no actúan famosos sino elencos conformados por alumnos. Da clases de lunes a jueves, algunos días con doble turno. Hoy tiene casi cien aprendices, y no solo en El Túnel, sino también en Alma, el espacio de arte que funciona sobre la calle El Dorado, en Ingeniero Maschwitz.

Desde hace 18 años que está casado con la conductora de televisión Marisa Brel. Se conocieron en las clases, ella era su alumna. Evaristo terminó su matrimonio con la actriz Andrea Barbieri, con quien tenía un hijo -Matías-, y se casó con Brel.

Juntos atravesaron la incansable búsqueda por ser padres. Y recurrieron a todo: su primera hija -Paloma- fue concebida in Vitro, mientras que su hijo más chico -Timoteo- nació de un alquiler de vientre a una estadounidense llamada Joy. Así, siguieron los pasos de Ricky Martin, Flor de la V y Ricardo Fort, quienes ya habían pasado por la experiencia. Tras una lucha incansable, lo lograron.

Vivieron un tiempo en Nordelta, pero “cuando la troncal se convirtió en Cabildo” se mudaron a un barrio privado en Benavídez. “Es loca la historia: mi suegro tenía un terreno en Maschwitz y nosotros decíamos que estaba en pleno campo. Ahora vivimos a tres kilómetros de ahí”, le cuenta el director a DIA 32, en una cita al aire libre en el Paseo Mendoza.

¿Fuiste actor alguna vez?

Estudié cuatro años con Luis Agustoni, fui asistente de dirección en sus primeras dos obras, ayudante de clase e hice trabajos como actor en teatro, cine y televisión, cosas muy chicas. Después empecé a dar clases por la insistencia de un novio de una prima mía, que me pedía que le diera clases a un grupo. Me sonaba grande el “voy a dar clases”. Y de eso hacen 25 años…

¿Qué preferís dirigir, obras comerciales o las que se generan en tu teatro?

Definitivamente lo que más me gusta de mi trabajo son las clases y las obras que hago en mi teatro. Es mucho más reconfortante y hay muchos menos egos. Se trabaja para otra cosa, entonces es mucho más placentero.

Te destacás por las comedias ¿es más fácil o más difícil que hacer un drama?

Mucho más difícil. Un actor que está durante un minuto arriba del escenario y nadie se ríe, siente que está perdido. Cuando se hace un drama, la platea completa puede estar dormida que el actor piensa que lo que se generó es un buen clima y que todos están disfrutando. Pero un actor de comedia empieza a desesperar cuando no escucha risas. Yo trato de hacer reír con armas nobles.

¿A qué te referís con “armas nobles”?

A que tenga sentido, a que tenga que ver con la obra, a que tenga que ver con lo que se está contando. No me gusta abrir la cuarta pared, hablarle al público, hablar de cosas internas de los actores. Hablo de nobleza no porque crea que lo otro está mal hecho, sino porque a mí no me gusta hacerlo. Me parece que el que está en la platea espía algo que está pasando adentro, y lo otro, cuando se abre la pared y el actor mira al público, le habla y hasta lo señala, es entrar en otra categoría.

¿Es complicado trabajar con actores?

Muy complicado, porque tienen egos enormes. Se escudan detrás de una supuesta fragilidad y sensibilidad, como si el resto de las personas no las tuvieran y amparados en eso se protegen o atacan ante un montón de situaciones. Son muy pocos los que se comportan de manera racional. Trabajo con ellos porque me gusta el teatro y no me parece que uno tenga que renunciar a lo que hace porque se encuentre con gente que le presente dificultades. Uno trata de sortear esas dificultades y cuando no te ponés de acuerdo, esperás a que termine esa obra.

¿Y decís “con este nunca más”?

También es muy difícil decir eso, es imposible porque no son tantos. Decís “por ahora nunca más”, y después no sabés. Es como el productor que echó a un actor y dijo: “Ese actor no vuelve nunca más a mi teatro hasta que yo no lo necesite”.

¿Cómo hacés para que los actores que formás no tengan esos vicios?

Trato de inculcarlo desde que empiezan, de explicarles que el teatro es una situación solidaria, no es personal. Cuando hacemos una obra, la hacemos todos. Hay algunos que tienen más protagonismo y otros menos, pero todos son importantes. Trato de enseñar que es una profesión donde un día te toca estar arriba y otro te toca estar abajo, pero eso no quiere decir nada.

¿Es posible un actor sin egocentrismo?

Cualquier persona que se sube un metro más alto que los demás para que lo vean y lo aplaudan tiene que tener un alto grado de egocentrismo. No está mal, pero es importante que sean conscientes de eso.

¿Hay actores que sirven para determinados géneros o para hacer algún tipo de personaje que le sale mejor que otros?

Ahí está el secreto, trabajar para no encasillarse. Hay algunos que no arriesgan porque se instalan en un lugar de comodidad, a veces porque también es la gente que quiere que pase eso y confunde al actor. Va a ver a fulano porque es fulano. Y cuando va, lo ve y no es lo que esperaban, se sienten decepcionados. A mí me parece que el desafío del actor es renovarse, no instalarse en un personaje.

¿La gente va a al teatro a ver obras o va a ver actores?

A mí me gustaría que fuera a ver obras. Que pueda estar movilizada por algún actor que le interesa no me parece mal, pero cuando va a ver al actor y no a la obra se pierde una parte, precisamente porque está mirando al actor y no a la obra.

¿Cómo ves el tema de que quienes actúan en obras de teatro salgan a pelearse por televisión?

Son dos mundos paralelos. Hay mucho teatro que no vive del escándalo ni de las peleas ni de las discusiones, y me preocupa que la gente no lo sepa, porque entonces quiere decir que el que trasciende es el que se pelea. Y, la verdad, una pelea entre una vedette y un cómico no garantiza que la gente vaya a pagar una entrada, porque eso no ocurre en el escenario, ocurre en la televisión y gratis. Si uno va a ver un elenco donde todos están peleados, seguramente va a recibir una energía negativa, de pelea, enojo y malhumor. Para mí el teatro es una ceremonia totalmente distinta.

¿Qué opinás de programas como el de Tinelli?

La verdad que ver a la gente que uno admira, o admiraba, descender a tan baja situación para tener un poco de exposición mediática hace que uno diga “¡qué mal estamos!”.

¿Qué te pasa cuando ves a alguien como Nacha Guevara de jurado?

No lo miro, pero me da pena que alguien tenga que prestarse a un juego así, más allá de que Nacha lo hará con toda su profesionalidad y respeto, el entorno no ayuda. Ella y muchos otros lo hacen por dinero, les pagan muy bien. Necesitarán la plata o les gustará, porque hay gente a la que le gusta mucho la plata, y está bien. Yo no critico esa parte, cada uno lo hace por lo quiere. Lo que me parece es que estamos generando discordia desde un medio masivo como la televisión.

¿Cómo ves el teatro en Argentina?

Es un fenómeno, porque tanto en Buenos Aires, y en el verano Mar del Plata y Carlos Paz, son lugares donde hay mucho teatro. En ningún lugar del mundo hay tanto teatro como acá, ese es un valor cultural enorme. Y lo bueno es que existe todo tipo de teatro, el comercial, el municipal, el nacional, el independiente. En todos los ámbitos funciona el teatro y eso está muy bueno. Me parece que si la gente tuviera más acceso a este lugar de la cultura que a prender un televisor, estaríamos mucho mejor.

¿Qué otras cosas te gusta hacer en tu vida cotidiana?

No muchas, obviamente me gusta estar en mi casa con mis hijos, con mi esposa, pero no soy un tipo de tener pasatiempos. Soy horrible, un desastre con las manos, deportes hace mucho que no hago, la cocina no es lo mío, me gusta comer pero soy muy básico para cocinar: del asado no paso y si lo puedo hacer con tiempo, porque a las apuradas no me gusta. Me divierte mucho mi trabajo, me hace feliz y lo hago todos los días. Por ahí no tengo la necesidad de hacer algo que me divierta y me distraiga, porque eso me lo da mi trabajo y desde ahí estoy cubierto. Miro fútbol, eso sí…

Hace 18 años que estás casado con la periodista Marisa Brel ,con quien atravesaron una historia de vida increíble intentando concebir hijos, ¿cómo fue la experiencia?

Fue una vida de tratamientos. Paloma, que tiene 11 años y nació in Vitro, fue nuestro sexto tratamiento. Y Timoteo, que cumple ahora un año y ocho meses, nació a través de un vientre subrogado, fue nuestro décimo segundo tratamiento.

Ella puso el cuerpo y vos habrás sido el soporte…

Sí. Y lo digo por si hay alguien pensando en estas cosas, es muy importante para la mujer tener a alguien al lado que pueda sostenerla emocionalmente cuando las cosas no avanzan. Se sienten cosas muy duras, frustrantes, y hay que levantarse de nuevo, tratar de ponerle ganas, pensar que va a ser que sí, aún cuando te vuelven a decir que no. No es fácil, y es mucho desgaste emocional y psicológico.

A pesar de todo eso, lo lograron…

Yo creo que con estas cosas una pareja se fractura o se fortalece, y en nuestro caso fue poder haber seguido juntos en la búsqueda y en la pelea. Haberlo logrado nos fortaleció.

Por ser un hombre que se mueve dentro del ambiente artístico, te manejás con muy bajo perfil…

No me gusta para nada la exposición, de hecho no tengo Facebook ni Twitter, recién hace dos o tres meses tengo e-mail y aprendí a manejar una tablet para comunicarme con mucha gente que me pedía que tuviera un correo. Sé prender una computadora para ponerle los dibujitos a mi hijo y nada más. No tengo idea y no me interesa.

¿Crees que hay incomunicación en la era de la comunicación?

Totalmente. Considero que es muy impersonal la comunicación a través de los medios. He tenido casos donde una alumna recibía un mensaje de texto de una persona que le decía: “No sabés lo que me pasó, estoy re maaaaaallllll”, así, con mucha a, mucha ele y hasta signos de exclamación. Cuando le pregunté qué hacía, me contestó que le estaba preguntando qué le pasooooooooooo!!!!!!!!??? Esas cosas no las entiendo, lo que hay que hacer es llamar a tu amigo que te está diciendo que está re mal, porque sino es ridículo. Es como esos que mandan Feliz Navidad y Feliz Año a todos los contactos que tienen en el teléfono sin poner siquiera el nombre. ¿Con eso quedamos bien? No, con eso quedamos mal.

¿Cuál es el motivo por el cual el teatro permanece a pesar de tanto medio virtual?

A pesar de la televisión, y de los medios de supuesta comunicación, el teatro sigue estando vivo porque ocurre delante tuyo, aquí y ahora, y eso es irremplazable.

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