Con el nuevo siglo y la toma de conciencia ecológica, los entierros van perdiendo terreno a manos de la incineración, un proceso más práctico y menos contaminante. Detalles y curiosidades.

Polvo eres y al polvo volverás”, dice la Biblia en uno de sus pasajes y el tiempo parece darle la razón. La cremación, paradójicamente prohibida por la Iglesia Católica durante miles de años, es una tendencia que crece a pasos agigantados ante el cada vez menor espacio de los cementerios y la toma de conciencia sobre el cuidado del medio ambiente.

Este proceso saca su nombre del latín crematio (“reducir algo a cenizas”) y consiste en introducir el cuerpo de una persona fallecida en un horno especial para que en solo horas quede reducido a polvo. En la antigüedad, esta práctica era vista como una solución propia de los bárbaros, pero hoy su aceptación social es casi plena.

Según un informe del diario La Nación en 2014, en el país el 70% de los fallecimientos terminan en una cremación. El bajo costo comparado con todo lo que representa un entierro (cuotas que pueden extenderse por décadas, hasta familiares que quizás ni siquiera hayan conocido a la persona fallecida) y la menor contaminación que genera son algunas de las causas que elevan a este procedimiento como una de las opciones más elegidas.

“La cremación es lo que más se elige por sencillez y practicidad, y también porque se cree que es lo más económico”, opinó Antonio Flores, de la Federación Argentina de Entidades de Servicios Fúnebres y Afines, en una nota del diario Clarín. Sus precios varían desde 1.000 hasta 6.000 pesos.

Si bien este tipo de procesos no son de los más ecológicos, su impacto es mínimo en comparación con el de los entierros. Un estudio de la Asociación Nacional de Servicios Funerarios de España afirma que las partículas de dióxido de carbono emitidas por un horno durante un año son las mismas que las producidas por cincuenta fumadores en el mismo período de tiempo.

Sin embargo, las cremaciones no están exentas de quejas por parte de los sectores ambientalistas. Algunos afirman que la incineración genera que los contaminantes que hay dentro de los cuerpos se evaporen en la atmósfera. “En el Reino Unido el 16% de la contaminación por mercurio en el aire es su consecuencia”, afirma un artículo del portal web Veo Verde.

Escobar no está ajeno al contexto actual. Las necrópolis de Belén y Garín están colapsadas. Por eso, el Ejecutivo decidió avanzar en un canje de tierras que le permitirá ampliar la superficie del primero en 74 mil metros cuadrados. Además, se prevé la puesta en marcha de un horno crematorio, que estaría a cargo de un tercero.

Así, la ciudad volvería a tener este tipo de servicio, como ocurrió hace más de una década en el barrio Coprovi con un emprendimiento privado. Por aquel entonces, la cremación no era tan tenida en cuenta como hoy y el emprendimiento cerró sus puertas por motivos económicos.

“Las costumbres han cambiado. Hace 15 años eran el último de los servicios, pero hoy podemos afirmar que son más del 40% de los casos. La iglesia ha dejado de oponerse y hasta hay parroquias que tienen cinerarios donde los fieles depositan los restos de sus familiares para sentirse más cerca de ellos cuando van a misa”, reconoció el titular de la Dirección General de Cementerios de la Ciudad de Buenos Aires, Néstor Pan.

Una vez que los restos de una persona son reducidos a polvo, hay innumerables destinos posibles. Desde urnas, que la familia conserva como un simple recuerdo u homenaje, hasta recipientes biodegradables que se ubican en la tierra y de las que crece un árbol. También está la alternativa -si se quiere romántica- de dispersar las cenizas en el lugar deseado por la persona antes de partir de este mundo para, simbólicamente, nunca abandonarlo.

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