Si alguien quisiera alejarse tan solo unos kilómetros de Capital, evitar el gentío de lugares como Tigre y sentirse por un rato en Mar de las Pampas, Cariló, La Cumbrecita o en algún paisaje perdido en la provincia de Corrientes, sobre el río Paraná, perfectamente podría encontrar todo eso en el partido de Escobar. De hecho, esa es una de las principales razones por las que tanta gente vino a vivir a la Capital Nacional de la Flor en las últimas décadas.
Tanto para quienes vienen de afuera como para los que viven acá, los atractivos pueden pasar inadvertidos si solo se pone el ojo en la infinidad de pozos que tapizan las calles y rutas escobarenses, en las montañas de ramas y basura que pueblan las esquinas, en la oscuridad nocturna y en el descuido general. Pero no se trata de repetir una y otra vez lo que hay de malo, sino de resaltar las bondades que nos rodean y que a veces no podemos ver.
Pese a sus graves deficiencias estructurales, sobre las que ahondar sería redundante, el partido de Escobar tiene una ruta de miniturismo que vale la pena recorrer. Bellezas naturales, arquitectónicas, secretos escondidos, agua, bosques, actividades que salen de lo común, deportes y paseos que se pueden hacer a pie, en bicicleta, en auto y hasta por diversos medios acuáticos. Vayamos por partes.
Develando secretos
El Pueblo de las Artes es, sin dudas, la localidad más atractiva y con más magia del distrito. Ofrece de todo. Desde los ya típicos Mercado de Maschwitz, Paseo Mendoza y el flamante Quo Container Center -el primer centro comercial del país construido íntegramente con contenedores marítimos- hasta el pintoresco predio de Irenaika, un lugar que se define como “centro integral para la persona humana” y cuyo edificio cuenta con la particularidad de no tener un solo vértice en su construcción.
En medio de tanta oferta, también es posible participar de una ceremonia de wachuma y aprender todo lo que tiene para enseñar esta planta milenaria y maestra. Hay que estar atentos, las invitaciones fluyen.
El econaútico Hipocampo es otra propuesta que se las trae. Ubicado en el límite entre Maschwitz y Dique Luján, es un nuevo concepto de vecindario flotante basado en las enseñanzas de la permacultura. Se sostiene en la idea de demostrar que es posible habitar en espacios naturales, como los humedales, sin destruir el entorno.
En Belén de Escobar, atrás del cementerio, hay un paraíso escondido que pertenece a la coleccionista de bromelias Susana Lurie. Coordinando previamente se la puede visitar para conocer las maravillas que logra a partir de una especie que pertenece a la familia del ananá.
Si de especies florales se trata, en todo Escobar los cultivadores y coleccionistas se multiplican incansables con mil variedades distintas. Como el vivero Rauscher, en Matheu, que se especializa en cactus y suculentas. Tiene una exposición permanente en la que recrean un paisaje natural con cientos de especies de diferentes países y permite observarlas en su verdadera forma y dimensión. También sobre la avenida San Martín, en Loma Verde y Maschwitz hay viveros encantadores.
Deambular sin apuros
Si de paseos se trata, en uno de esos días en que la consigna no es más que ir de acá para allá, mirando, sin hacer más que eso, las opciones son múltiples. Ingeniero Maschwitz es un lugar ideal.
Si es sábado a la tarde, la calle Mendoza y sus alrededores ofrecen variantes para todos los gustos. La primera parada es el Paseo, después de las tres de la tarde es fundamental detenerse y acercarse hasta Sarambí para escuchar en vivo y en directo al grupo de percusión Agua de Río, dirigido por el maestro Franco Carzedda, del que también se puede participar. En enero se toman vacaciones, pero en febrero regresan.
Siguiendo por Mendoza y apenas unos metros después de cruzar las vías, la Bioferia es otra excelente opción para merodear. Está conformada por una organización de productores de alimentos orgánicos, naturales y diseñadores sustentables que tienen mucho para mostrar y enseñar.
Cerquita de ahí, por la calle Sucre, se llega al Puente de la Arenera, que cruza el arroyo Escobar. Es parte del patrimonio local y uno de los lugares más lindos para conocer. Se caracteriza por ser techado y hace muchos, muchos años pertenecía al campo de explotación de arena que se encontraba donde actualmente está el barrio San Luis. Se puede acceder a las orillas del arroyo caminando y disfrutar de un lugar de mucha paz.
Unos metros más adelante, entrando por la calle América, se llega a la zona llamada “de las chacras”, que en su gran mayoría posee casas construidas con materiales reciclados apuntando a un estilo de vida sustentable, y en algunos casos en comunidad. Imperdible la arquitectura, la añosa arboleda y las angostas calles de tierra.
Deportes para todos
Disfrutar de vistas fantásticas desde el cielo y aprender a dominar la vela de un parapente es posible en la escuela Eclipse, que funciona en Loma Verde, al costado de la Panamericana, en el kilómetro 57,5. Todos los domingos a la tarde se realizan vuelos de bautismo y también dictan cursos para los que quieran desplegar las alas por sus propios medios.
Sobre la ruta 25, dos kilómetros después del río Luján, el paintball El Cazador ofrece una forma distinta de diversión en 20 hectáreas de campo especialmente acondicionadas para el desarrollo de una actividad considerada “extrema”.
Sobre el río, al lado del puerto, se encuentra el Club de Remo y Naútica, donde se pueden alquilar botes y kayaks para salir a recorrer el Delta. Muy cerca de ahí, en el Club de Pescadores, un muelle de 165 metros de largo asegura buen pique durante las 24 horas.
Entre todas las opciones deportivas que ofrece Escobar, en Matheu se encuentra la escuela de buceo Buda Diving, una quinta que cuenta con una cuba de 7 metros de profundidad. Provee a los visitantes de todo el equipo y de las nociones básicas para sumergirse como si fuera el fondo del mar. También dan cursos para los que quieran convertir la aventura en una profesión.
La hora de comer
El polo gastronómico por excelencia se generó en los emprendimientos de la calle Mendoza, en Maschwitz, donde se pueden encontrar desde parrillas, cocina de autor, étnicos, pizza e italianos hasta un excelente sushi. Es fácil distinguir a esos restaurantes, pero otros tan o más meritorios se encuentran algo menos visibles.
Un ejemplo es La Estancia, la casa rosada que se encuentra sobre Colectora Este y Mendoza: al prescindir de marquesina e indicios de que es un restaurant, solo se llega a ella través del boca a boca. A pesar de eso, Mabel, su familia y su cocina son híper conocidos, y el lugar es algo así como un museo campestre.
También están los restaurants que funcionan a puertas cerradas, una moda que surgió en casas de familia en Capital y ya se extendió hacia estas latitudes. Umami, en Savio, y Ana, en Maschwitz, son dos lugares a los que hay que asistir con reserva previa. Se caracterizan por el ambiente íntimo y la comida deliciosa.
En Goji, sobre El Dorado, y en Hummus, donde antes estaba el alemán Hans, los vegetarianos y veganos tienen su oportunidad de saborear ricas opciones sin carne.
Los conocidos de siempre
En Belén de Escobar, el recientemente remodelado Jardín Japonés es un lugar más que digno para visitar. Donado por la colectividad en 1969, cuenta con senderos, pintorescos puentes, estanques, peces exóticos. Ideal para regalarse un picnic, tomar unos mates, disfrutar una grata compañía o sentarse a leer un libro bajo la sombra de los árboles.
Otra de las visitas obligadas, que suelen atraer a más turistas de otras partes que a los locales, son el bioparque Temaikèn y la heladería Munchi´s, que si se trata de zoológicos (o de helados) es de lo mejor que hay en el país.
Casi enfrente de Temaikèn, el predio de la cervecería artesanal BarbaRoja es otra de las opciones más tentadoras. Producto del cerebro de un soñador como Antonio Mastroianni, el lugar cuenta con bar, restaurant, tienda de souvenirs, mesas bajo los árboles, cabañas para dormir y una visita guiada por la fábrica.
Camino al Paraná de la Palmas, a metros del Luján, está Pequeña Holanda. Nació de otra mente tremendamente soñadora, que no se quedó en el romanticismo sino que accionó para hacer realidad su fantasía. Guillermo Sigmund logró levantar un pólder -una especie de dique de tierra que evita que los terrenos se inunden- y montar un club de campo donde los visitantes puede saborear asados memorables, acampar, andar a caballo, recorrer su granja y realizar diversas actividades.
Sin embargo, una de la zonas más nombradas y conocidas de Escobar es el barrio parque El Cazador, con sus quintas enormes, arboledas centenarias y barrancas al río. Perderse por ahí es transportarse muy lejos del caos. Se puede pasar también por la antigua chimenea -actualmente en peligro de derrumbe-, que perteneció a la primera fábrica de la zona: una destilería de maíz que operó entre 1870 y 1890.
Después de esa recorrida, si se toma la ruta 25 hasta el puerto, el catamarán Libertad ofrece viajes sorprendentes por el delta escobarense.
En definitiva, todo es cuestión de dejar a un lado los prejuicios y hacer foco en lo bueno que tenemos a nuestro alrededor. Después, decidirse a salir, explorar, olvidarse de los horarios y las obligaciones y flamear hacia donde indique el viento. No hace falta irse de Escobar para pasar un buen verano.