El chaqueño Horacio Ferreyra (36) se molestaba cada vez que a Carlos Borrás (15) se le escapaba algún caballo. Ya lo había amenazado varias veces e incluso le había dicho que si le contaba a sus padres lo iba a matar y a degollar a sus animales.
Carlitos era el mayor de cuatro hermanos y vivía con su familia en una casilla humilde en Loma Verde. Ayudaba a su mamá en un pequeño horno de ladrillos que funcionaba en un sector lindero a la vivienda. Además, se ocupaba de los caballos.
El chico era casi el sostén principal de la familia. Su padre, Juan Borrás, es discapacitado motriz y hasta hace poco se dedicaba a vender restos de escombros y maderas que las empresas depositaban en su terreno, ubicado a unos cien metros de la Colectora Este, en la entrada a Loma Verde. El negocio se le acabó cuando el OPDS saneó algunos basurales a cielo abierto, entre los que se encontraba ese predio.
En la tarde del 24 de enero de 2011, el joven había salido con sus caballos, como lo hacía habitualmente. Pero ese día tardó demasiado en volver. Una de sus hermanitas fue a buscarlo y lo encontró moribundo, tirado en el suelo, con la cabeza ensangrentada. Corrió a avisarle a su madre, Paula, y ella de inmediato llamó a la ambulancia y a la policía, que fue la primera en llegar. Cargaron a Carlitos en el patrullero y lo llevaron a la sala de primeros auxilios del barrio. Pero ante la gravedad del caso debieron trasladarlo de emergencia al hospital Erill, donde nada pudieron hacer para salvarle la vida.
Paula dice que su hijo se le murió entre los brazos. Pero no quiere quedarse con esa imagen en la retina y prefiere recordar que Carlitos estaba feliz porque le acaban de comprar unas zapatillas nuevas. Al otro día era su cumpleaños y quería estrenar calzado.
Un asesino que andaba suelto
Horacio Ferreyra ya sabía lo que se siente al matar. Cuando esperó a Carlitos Borrás escondido detrás de unos arbustos dispuesto a destrozarle la cabeza con un fierro le habrá venido a la memoria el día en que mató a su padrastro, en su Chaco natal. Había cumplido una pena de seis años de cárcel por aquél asesinato, que indudablemente no le sirvió de escarmiento.
Ferreyra intentó escapar luego de cometer el crimen de Borrás, pero la policía actuó rápido y lo detuvo en las cercanías de la estación de tren de Escobar. Desde entonces está preso y a la espera del juicio oral y público, que se llevará a cabo desde el lunes 27 de este mes en el Juzgado Criminal Nº 2 de Campana.
Es por los antecedentes de Ferreyra que la familia de Carlitos pide prisión perpetua y asegura que no va a estar conforme con ningún otro fallo de la justicia. Consideran que si en algún momento queda en libertad, puede volver a matar.
“Yo sé que la vida de mi hijo no me la van a devolver, pero voy a luchar contra viento y marea para que el asesino se pudra en la cárcel”, concluye Juan Borrás.
“Mi hijo es una cruz en el cementerio”
Paula no puede expresar su pena hablando, pero lo hizo escribiendo un desgarrador mensaje del cual reparte fotocopias intentando que todos entiendan su inmenso dolor de madre que nunca podrá mitigar.
“Mi vida se quebró en mil pedazos, me arrancaron de los brazos a mi hijo. Carlitos dejó de respirar, sus ojos se cerraron para siempre, ya no puede sentir el calor del sol sobre su piel, ya no puede ver el brillo de las estrellas de la noche, ya no puede soñar. Mi hijo, mi pequeño niño, se convirtió en un cuerpo inerte cubierto por la tierra. Mi hijo es una tumba. Mi ángel pequeño, es ahora tan solo una cruz en el cementerio de este pueblo”.
“No pido venganza, pido justicia, por mi hijo y para mi hijo, porque creo firmemente que nadie, ninguna madre en el mundo, debe pasar jamás por el dolor de enterrar un hijo en las circunstancias en que yo enterré al mío”, escribió en algunos pasajes de la carta.