La historia de la joven asesinada a golpes por un ex novio y de su bebé, que sobrevivió una helada noche a la intemperie. Detalles exclusivos de la investigación de un hecho que conmocionó a Escobar y al país.

Por CIRO D. YACUZZI
cyacuzzi@dia32.com.ar

Pamela estaba contenta, sonreía y disfrutaba de los mates que compartía junto a los suyos. Su alegría tenía un motivo: acababan de decirle que tenían un trabajo estable como niñera para ofrecerle. Quien se lo había comunicado, a través de un mensaje de texto, era una tal “Marga”. Con ese falso apócope figuraba en el directorio de su celular el teléfono de un ex novio, que le propuso encontrarse esa misma noche con la excusa de contarle más detalles. Ella aceptó. Jamás hubiera pensado que estaba concretando una cita con la muerte.

La joven, de 21 años, concurrió al encuentro, en el barrio Lambertuchi, junto a su pequeño hijo, de siete meses. A la mañana siguiente, su cuerpo fue encontrado en un intransitable callejón de Loma Verde por un cartonero que pasaba por el lugar. A su lado estaba su bebé, milagrosamente vivo y testigo único de la tragedia, tras haber soportado más de diez horas a la intemperie y bajo frías temperaturas de un dígito.

Un día después del escalofriante hallazgo, el asesino fue detenido. En tiempo record, la fiscal Irene Molinari logró reunir todas las piezas del rompecabezas para ir por la captura de Matías Michel (21) con la certeza de que fue el autor de este aberrante crimen, por el que probablemente pasará no menos de veinte años en prisión.

Una vida trunca

Pamela estaba viviendo junto a su pareja, David Da Rosa, en el barrio Villa Alegre de Belén de Escobar. Como el sueldo de empleado de seguridad de su novio no alcanzaba para llegar a fin de mes, ella colaboraba con los gastos del hogar vendiendo cosméticos de una línea de catálogos.

“Chawi”, como le decían, había vivido antes en el barrio Stone con su madre y su padrastro. Pero la relación no era la mejor, así que antes de cumplir los 18 ya dormía bajo otros techos. Primero alquiló en la casa de un amigo en Loma Verde y después convivió un año con Michel, hasta comenzar la relación con quien sería el padre de su hijo.

Según los resultados del informe forense, Pamela defendió su vida hasta el último aliento. Por eso, quizás, el brutal ensañamiento que descargó sobre ella su agresor. Quien la golpeó ferozmente -con sus puños y un elemento romo- hasta matarla y, no conforme, coronó su ataque tapándole la boca con barro y pasto.

A las 10.30 del martes 17, un recolector de cobre que pasaba por la esquina de San Francisco y Estensoro se topó con la escena del crimen. A un costado del barroso y casi intransitable callejón, en una zona rural, estaba tendido el cuerpo inerte de Pamela, con su bebé al lado, enfundado en una manta con la que soportó el impiadoso frío de esa oscura y fatídica madrugada.

En el lugar también estaba la mochila de la joven, con todas sus pertenencias: el DNI, un monedero, dos tarjetas SUBE y un currículum. A unos metros, con evidentes signos de violencia, su teléfono celular, sin el cual tal vez hubiera sido imposible reconstruir la historia y resolver el caso, al menos tan rápidamente.

Muchos medios nacionales no resistieron la tentación de presentar la noticia forzando un paralelismo con la mitica Difunta Correa, sin chequear datos elementales ni reparar en las abismales diferencias. Nada más alejado del calvario de Pamela que la remota leyenda de aquella mujer sanjuanina que murió tras los pasos de su amado y cuyo bebé sobrevivió alimentándose del pecho materno.

¿Psicópata serial?

Así como el hallazgo del celular fue determinante para que los investigadores pudieran descifrar las últimas horas de Pamela, hubo otro elemento que contribuyó significativamente a la veloz identificación de su victimario: una denuncia por violación radicada en abril por una joven de la zona. Aunque no había sido detenido por ese hecho por no haber pruebas suficientes, el nombre de Michel quedó registrado en la base de datos del Ministerio Público. Cuando la fiscal Molinari descubrió que “Marga” era él, empezó la cuenta regresiva de sus minutos en libertad.

Cuando salía de su casa del barrio Lambertuchi para ir a trabajar como vigilador en una empresa de logística de General Pacheco, agentes de la DDI lo interceptaron en la vía pública y lo trasladaron a la comisaría. Según se supo, en el corto recorrido a la seccional Michel reconoció ante los policías haber sido el autor del homicidio. “Se me fue la mano”, les dijo.

Las mismas fuentes indicaron a DIA 32 que al dar su versión de los hechos el imputado contó que Biosa le había pedido dinero, porque su marido no había cobrado, y que él se negó. Explicó que ella se enojó y le pegó. Justificó su ataque como una reacción, desmedida, y aseguró que no pensó que la había matado, que creyó que había caído desmayada. Que después, sin más, regresó a su casa. No explicó por qué a mitad de camino arroyó su campera de trabajo, manchada con sangre, en un zanjón.

Molinari cree que se está en presencia de “un posible psicópata serial”. No sólo por lo que hizo. También porque cuando Biosa lo dejó él amenazó con suicidarse, arrojándose delante de un auto y cortándose con un cuchillo. Además, a la joven que denunció haber sido violada también la engañó con el ardid de ofrecerle un trabajo. Por eso considera que Michel reviste esa patología y no descarta que existan otras víctimas.

Asesorado por un estudio jurídico de General Rodríguez, el vigilador de Guardman se negó a declarar ante la fiscal, quien le imputó los cargos de “homicidio agravado por femicidio” y “abandono de persona”, le dictó la prisión preventiva y pedirá la pena de cadena perpetua. De acuerdo a la nueva legislación, su caso irá a un juicio por jurado popular. Mientras tanto, quedó recluido en la cárcel de Campana.

CARLOS CROCHE, EL HEROE DE LA TRAGEDIA

El testimonio del cartonero que le salvó la vida al bebé

“Fue una casualidad. Dios puso las cosas en mi camino”. Con sencillez pero aún sacudido por lo que le tocó vivir, Carlos Fabián Croche (45) volvió junto a DIA 32 al intransitable callejón de Loma Verde donde encontró a Pamela Biosa y a su pequeño bebé de 7 meses en la aciaga mañana del martes 17.

El hombre, que hace 14 años se dedica a recolectar cobre, aluminio, plomo y bronce, ese día salió de su casa, en Matheu, a las 7.30, acompañado por uno de sus cuatro hijos, de 8 años. Era una de esas mañanas para el olvido, donde no se encontraba nada por ningún lado. Fueron hasta el barrio Coprovi, pasaron por el centro de Escobar y, para no regresar con las manos vacías, siguieron hasta Loma Verde, por donde Carlos suele pasar dos veces al mes.

Eran las 10.30 y la cuenta seguía en cero, hasta que al pasar por la esquina de San Francisco y Estensoro el hombre alcanzó a divisar a unos 50 metros un cochecito de bebé dado vuelta que le llamó la atención. Como el camino estaba intransitable por el barro, se bajó de su bicicleta, le pidió a su hijo que espere y fue a revisar. Ni en su peor pesadilla hubiera imaginado con lo que se encontraría.

“Cuando me acerqué vi una pierna y pensé que era una persona que estaba ebria”, cuenta Carlos, que no daba crédito a sus ojos al observar la escena completa. “La chica tenía la cara destruida, hecha pedazos, con un bodoque de barro y pasto en la boca, el pelo enredado y bañado en sangre. A un costado estaba el bebé, envuelto en una manta, moviendo las manos. Salí corriendo a buscar ayuda, lloraba, estaba desesperado”.

A una cuadra del lugar hay un vivero. Desde ahí llamaron a la Policía. “Cuando llegó el teniente Gallo y vio el bebé fue corriendo al patrullero, lo abrigó con su campera y lo llevó al hospital, porque la ambulancia no venía. Tardó más de una hora y media”, relata. Horas después, en la comisaría, se encontró con la mamá de Pamela. “Me abrazó, lloramos. Me dijo que no le iba a alcanzar la vida para agradecerme que haya salvado a su nieto. Pero yo siento mucha impotencia por no haber podido salvar a la chica”.

Es difícil saber qué hubiera sucedido con el bebé –llamado Lucio- si Carlos no pasaba por allí esa mañana, tan gris, tan magra y tan triste. Pero fue él quien, en definitiva, le salvó la vida. Algo así como su ángel de la guarda. “Fue una casualidad del destino, Dios puso las cosas en mi camino. Para mí el alma de la chica me trajo hasta acá”, sostiene el héroe circunstancial de una tragedia que jamás podrá olvidar. “De noche sueño con lo que pasó, lo tengo continuamente en mi cabeza. Me quedó agendado para toda la vida”.

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