Cuando arribaron los españoles -500 años atrás-, el estuario del Río de la Plata llegaba hasta nuestra localidad. En su libro Argentinos, el periodista Jorge Lanata señala a Ingeniero Maschwitz como uno de los posibles lugares del primer desembarco de europeos en la zona de lo que sería Buenos Aires.
Mucho antes, hace 5 mil años, la localidad era parte del océano. El mar llegaba a todo lo que hoy son las barrancas: San Pedro, El Cazador, Belgrano y Lezama. Miles de especies acuáticas merodeaban por estas tierras.
El 21 de septiembre de 1993, un vecino del pueblo salió a correr como tantas veces lo había hecho. Pero esta vez, cerca de la esquina de Corrientes y Moreno, se encontró con una fosa de tres metros, que había sido cavada por una pala mecánica de la Municipalidad para aliviar las inundaciones del arroyo Garín.
Por esa fosa se podían observar capas correspondientes a distintas etapas de la evolución de la tierra. Sacha Kun Sabó (50) recuerda cómo nació una “historia de realismo mágico que pareció sacada de una novela de Gabriel García Márquez”.
Del hallazgo al delirio
Antropólogo Social y actualmente rector de la Universidad Popular de Escobar, el descubridor de la mítica ballena maschwitzense rememora el momento clave. “Cuando estoy saliendo de la zanja, me apoyo en una gran piedra que tenía unos pastos. La miro bien y veo que estaba llena de agujeritos como les pasa a los huesos. En ese momento pensé que podía haber fauna extinta de la era Cuaternaria: podía ser un gliptodonte como se encontró en la tosquera, un megaterio, que era como una ardilla gigante de 2 metros y medio, o una ballena de la especie Fin, que miden como 40 metros”, explica a DIA 32.
La ballena encontrada medía 42 metros y era, efectivamente, de esa especie. Tres cuartas partes se encontraban en un terreno y el resto sobre la calle Corrientes.
Sacha sabía que en el Colegio Carlos Maschwitz había un taller de Arqueología dictado por el licenciado Oscar Trujillo, actual secretario de Gobierno y Gabinete y candidato a intendente de Campana. Sacha lo convocó y Trujillo, entusiasmado, fue con todos sus estudiantes a participar de la excavación.
A partir de ese momento se desató la historia que marcó a los habitantes de Ingeniero Maschwitz. La ballena pasó a ser un símbolo popular arraigado en el imaginario de las calles de arena.
“El Carlos Maschwitz es de la esposa de (el diputado nacional Jorge) Landau, que tenía todos los contactos habidos y por haber en los medios. Rápida de cintura, (Alicia Pérez) decidió capitalizar el asunto porque tenía a su colegio involucrado en la excavación y llamaron a los medios. Primero fue Canal 7. Después llegaron todos: el 9, el 11, el 13, la revista Caras, La Aventura del Hombre. Incluso hicieron un documental que se llamó Los chicos de la ballena. El tema fue tapa de Clarín y esto se disparó”.
El país posaba sus ojos en Maschwitz, donde se excavaba intensamente para recuperar los huesos de un espécimen que había logrado unir a una comunidad que vibraba al ser el centro de atención nacional por primera vez.
“Durante dos meses teníamos a más de mil chicos por día visitando la ballena. Venían de toda la provincia de Buenos Aires. Los medios estaban ahí siempre. Teníamos que dar conferencias de prensa dos veces por día. Pasaron cosas delirantes, como que Reyna Rich nos pidiera venir a bailar encima de los restos paleontológicos o que bajara (el entonces gobernador Eduardo) Duhalde en helicóptero para ver la ballena”.
De huesos y símbolos
La marca de la ballena quedó en los rincones del pueblo. Hay murales alegóricos en el puente de la Panamericana y en el antiguo cine Gloria. Muchos hogares habían puesto una ballenita en la numeración de la calle, indicando en código su participación en la gesta.
“Esto nació como un delirio mediático”, define Sabó. Pero se fue transformando en algo popular. La zona de excavación empezó a convertirse en un lugar de encuentro comunitario y cultural. Florecían las guitarreadas, las rondas de mate, los asados multitudinarios. En un momento llegaron a haber 42 carpas de vecinos que pasaban la noche.
Pero lo cierto, y lo que le da tinte de realismo mágico a esta historia, es que la ballena “no tenía ningún valor científico, porque era de una especie que todavía existe”, explica Sabó. Los restos tenían unos 10 mil años y debían ir, por ley, al museo de La Plata u otro similar. “Pero sus directores me decían, con buena onda, que no los querían, que tape la calle de nuevo, que había cientos de ballenas como esa y que necesitaban restos de dos millones de años, no unos pocos miles”.
Guillermo Ruggier, un paleontólogo que actualmente trabaja en Alemania, le contó a Sabó que esa era la décima ballena que se había encontrado en Maschwitz. “De hecho, me dijo que se había encontrado una en la mismísima plaza del pueblo. También nos contó que algunos countries de los años ‘60 tenían las entradas hechas con costillas enormes de ballenas”.
En definitiva, el cetáceo, la razón de tanto revuelo, no tenía otro valor mas allá del simbólico. Entonces, si ningún museo la quería, si existen especímenes del mismo tipo vivos en la actualidad, ¿cómo logró esa ballena llegar a convertirse en el símbolo de un pueblo durante tanto tiempo?
Dice Sabó que los diarios no tenían de qué hablar, que justo se había estrenado la película Jurassic Park y que fue un malentendido. Pero el pueblo seguía movilizado y todos querían una parte de la ballena. Incluso los policías que debían custodiarla se querían llevar sus trofeos.
Lo cierto es que la ballena se repartió por varios lugares. “Una habitación llena de cajas con huesos se fue para el museo de Escobar. Se mostró al público muy poco y nunca más supe nada de todo lo demás que se llevaron allá”, indica Sabó. Esos pocos huesos se llevaron años después al museo de Maschwitz. Sorpresivamente, la actual gestión municipal decidió cerrarlo y todo lo que allí había fue trasladado a un salón de la Sociedad de Fomento. Allí descansan, no en paz, tristes y abandonadas, algunas vértebras gigantes tiradas en cajas rotas y olvidadas.
Mónica Benavidez, Psicóloga Social y vice rectora de la Universidad Popular de Escobar, rescata los valores de este relato que parece ficcional, pero que fue real y tuvo mucho significado. “En un contexto histórico social como fueron los años ‘90, donde íbamos a una fragmentación del lazo social, donde el individualismo del neoliberalismo iba hacia su pico más alto, donde lo importante era salvarse solo y lo demás no importaba, el hallazgo de la ballena fue algo que simbólicamente cohesionó al pueblo. Un pueblo que quiso encontrarse y trabajar como comunidad en algo que todos sentían como propio”.
A modo de conclusión, Benavidez aporta que “esta historia nos deja mucho para pensar, para reflexionar y, sobre todo, para creer. Desde ese lugar vemos lo que es capaz de hacer un pueblo cuando se siente movilizado por algo”.