Por GUSTAVO CEJAS
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En la entrada, sobre la calle Lamberti, nos espera nuestro guía. Conoce algunas anécdotas del lugar y las quiere contar. Es un hombre que trabajó ahí durante varios años. Mientras ingresamos, lo primero que dice es que no quiere que su nombre se publique. Razones no le faltan. Quizás tema que lo llamen mentiroso, charlatán o loco.
Caminamos entre las tumbas hasta que se detiene para señalar una cuya placa, clavada en la cruz, informa que se trata de un joven de 19 años, fallecido en 2009. “Este fue un pibe chorro, más conocido en la zona como ‘Espontón’. Lo mató un policía cuando emprendía la huída después de robar una fiambrería. Andaba con un arma calibre 45, pero ese día el agente lo primereó”, dice.
Lo que se destaca en su tumba son las llaves de autos que cuelgan, los ceniceros, las tapas de cerveza, rosarios y las flores que la cubren. También hay varias placas. Una dice: “¡Espontón! Amigo, entre chorros te criaste al igual que yo, sólo te pido hoy que me cuides y me protejas. Tu amigo Jarry. 22-05-2009”.
No hay nadie y el sol brilla en el cementerio de Garín. Un empleado se suma a nuestra recorrida y agrega que hay sábados en los que algunos muchachos se juntan a fumar porros y tomar cervezas frente a la tumba. “Cuando les decís algo se enojan. Ellos suponen que así les da protección”, apunta enojado.
En la misma sepultura están los restos de la madre de “Espontón”, Juana. Esto sucede porque en este cementerio no hay lugar para inhumar cuerpos sin familiares. “La cantidad de enterrados no es precisa. Hay veinte bóvedas y mil treinta nichos”, calcula el trabajador.
Continuamos caminando y llegamos a un sector en el que hay nichos. “Acá pasó algo extraño”, dice el informante, y comienza a relatarnos que habían quedado dos lugares vacíos para el ingreso de dos cuerpos. En uno de ellos iría el de una mujer. Luego de los primeros días de visitas por parte del viudo, el empleado notó que le quería decir algo. El hombre tenía el presentimiento de que el cuerpo de su difunta esposa no estaba en el lugar donde él llevaba su dolor. Era simple resolver el dilema, porque el viudo recordaba que había dejado una bufanda sobre el ataúd. Para quitarle esa duda, el empleado accedió a abrir los nichos y grande fue su sorpresa al ver que, efectivamente, los cajones estaban invertidos.
Nuestro informante concluye esta historia con una sonrisa y no agrega nada más.
Seguimos caminando, ensayando posibles explicaciones, hasta que se frena para identificar otro lugar. “Esta es una historia más rara”, advierte, y nos marca un nicho ubicado en la parte superior. Era diciembre y el personal había realizado las tareas de mantenimiento del cementerio. La viuda que visitaba estos restos había pedido trasladar el féretro hacia una zona más baja, para poder depositar las flores que llevaba. Para ello, la señora habló con el responsable y le encargó un lugar. Cuando esto finalmente sucedió, llamaron a la mujer para avisarle del cambio. Ella respondió que ya no era necesario, porque había hablado con su marido la noche anterior y él le había comentado que desde su lugar tenía buena vista, porque podía observar el paredón pintado y el pasto cortado. Y que no quería que lo cambien. El empleado simuló comprenderla y se despidió.
“Son cosas que pasan en estos lugares”, concluye con una sonrisa el relator, y por fin llegamos a una explicación racional.