Juan Carlos Cardozo (26) aseguró haber estado “poseído” cuando en la mañana del 27 de agosto de 2012 fue hasta la casa ubicada en la calle Uruguay 633, en Benavídez, y cometió la masacre que terminó con la vida de tres mujeres: la abuela, la hermana y la hija de su ex pareja, Romina Martínez (27). Dijo que una voz gruesa, que le hablaba en portugués, le ordenaba que matara. Pero el Tribunal Oral Criminal 7 de San Isidro desestimó su coartada y lo condenó con la pena más dura que podía imponerle al sentenciarlo a reclusión perpetua. Por el contrario, y aunque cueste creerlo, ella decidió perdonarlo. Y no solo eso: además, está embarazada de él por segunda vez.
Juan Carlos y Romina se conocieron en la plaza de Garín hace cinco años y a los tres días se fueron a vivir juntos. Tuvieron a Celeste (4) y a partir de ahí comenzaron los problemas. Sus allegados y vecinos los describen como “enfermos de celos” el uno por el otro. Peleas, discusiones y varias denuncias por maltrato y violencia de género llevaron a que la joven abandonara el hogar conyugal y se fuera a vivir al de su papá, con su pequeña hija.
Aquella trágica mañana de agosto el joven pidió permiso para ausentarse temporalmente de su trabajo en la Delegación Municipal de Garín. Fue hasta Uruguay al 600 y merodeó por el lugar hasta asegurarse de que todos los hombres de la casa se hubieran ido a trabajar. Entonces, golpeó la puerta esperando que Romina le abriera, pero ella estaba en lo de una vecina. Su abuela, Nilda Ludovica Ham (76), atendió pensando que sería su otra nieta, María Florencia (15), quien debía llevarle un remedio recetado luego de haber padecido un ACV. A partir de ese instante, comenzaría una sangrienta pesadilla.
El hombre entró a la casa bruscamente y empezó a buscar a Romina pensando que estaba escondiéndose en algún rincón. Cuando no la encontró entró en estado de furia, agarró un cuchillo Tramontina y apuñaló brutalmente a la anciana. Después fue a la habitación donde dormía Marisol (6) -hija de Romina con una pareja anterior- y la estranguló con un cable. Llevó los dos cadáveres al baño y los dejó desangrándose en la bañera.
En ese momento llegó María Florencia. El asesino abrió la puerta, la metió a la fuerza dentro de la casa y le clavó un cuchillo en el cuello. La investigación demostró que ella fue la única que intentó defenderse, ya que presentaba cortes de arma blanca en sus manos y logró rasguñar fuertemente a Cardozo, quien terminó ultimándola a piñas.
Los vecinos escucharon los gritos y llamaron a la policía. Romina corrió hasta la casa, pero como no podía abrir la puerta llamó a su papá para pedirle ayudada. Cuando pudo ingresar a la vivienda, se encontró con un cuadro dantesco: “Estaba todo tirado. Cuando llegamos al baño vi a mi abuela envuelta en una alfombra, boca abajo. Mi hija estaba arriba de ella, de costado, y mi hermana tenía las piernas afuera del baño, en el pasillo. Un charco de sangre le rodeaba la cabeza y se veía un corte en el cuello. No quería creer que estaban muertas. No hice más que gritar y corrí sin saber adónde ir”, decía desesperada la mujer.
Ritos umbandas
Apenas fue detenido, Cardozo confesó abiertamente ante el fiscal Jorge Fittipaldi la autoría del triple femicidio y le contó con lujo de detalles cómo mató a cada una de sus víctimas. Le dijo que estaba “muy mal psicológicamente” y que lo había hecho porque su mujer lo había abandonado una semana atrás, se había llevado a la hija de ambos y estaba muy enojado. También allí aseguró haber estado “poseído” al momento de cometer los crímenes.
Tanto él como Romina adherían a los umbandas, una religión originaria de Brasil que, si bien adora a Dios, se basa en el culto a las divinidades y trabajos espirituales. Y se acerca mucho a las tradiciones de los africanos esclavizados practicantes del vudú, quienes muchas veces apelan a los sacrificios animales para adorar a sus dioses.
Los padres de Cardozo, Nelly y Andrés, admitieron que tanto su hijo como su nuera “cambiaron desde que se metieron en la religión umbanda que lideraba el cuñado de Juan”. Incluso hablaron de un “pacto con San La Muerte” y la madre contó que cuando vio a su hijo después del triple crimen, él le aseguró: “No sé lo que hice, no era yo, no sabía”. El padre, por su parte, negó que el muchacho fuera violento y usara armas o cuchillos. “El diablo entró en mi hijo y mató”, afirmó.
Perdón y condena
En sus primeras declaraciones tras el triple crimen, Romina no dudó en incriminar a quien fuera su ex pareja: “Sabía que era un loco, pero no para tanto. Me quería hacer daño a mí y terminó haciendo daño a todos. Si me mataba, me hacía un favor. Lo que hizo demuestra que es un loco, un psicópata que no merece la libertad, porque sabía muy bien lo que hacía”.
Pero la joven no tardó mucho en cambiar de parecer. Menos de un año después del hecho y sólo a través de unas cartas en las cuales le pedía perdón, el asesino recuperó a su pareja. “No lo tengo que perdonar porque no fue él, estaba poseído. No lo hizo porque quiso, algo se apoderó de él y usó su cuerpo”, declaró.
Hace unos meses la chica se alejó de su familia y se fue con su hija a vivir a lo de la suegra. En ese tiempo, y durante una visita a la cárcel, volvió a quedar embarazada de Cardozo. “No sé qué pasa por su cabeza. Estuvo metida en la droga y la bebida”, expresó, consternado, su padre, Juan Pedro Martínez.
A la hora del juicio, el homicida apeló a la piedad y la misericordia de los jueces Victoria Díaz García Maañón, Eduardo Lavenia y María Coelho. Volvió a insistir con que salía de él una voz gruesa que le ordenaba matar y pidió clemencia: “Estoy arrepentido, les pido perdón. Yo jamás haría eso”, dijo frente a los familiares de las víctimas.
Pero el tribunal no encontró razones para atenuar su salvaje comportamiento y el viernes 30 lo condenó a pasar el resto de sus días en la cárcel, sin siquiera la posibilidad de libertad condicional. Además, los jueces decidieron investigar a su ex y actual pareja bajo la sospecha de que podría haber instigado o encubierto la serie de asesinatos.