Algunas tejen con dos agujas, otras prefieren el crochet. Las “abuelas”, como se les llama solo por el hecho de ser señoras mayores, aunque algunas ni siquiera tengan nietos, se perfeccionan en los puntos que ya saben o aprenden nuevas técnicas de tejido siguiendo las instrucciones de la profesora de manualidades. Parecen entretenidas, y hasta jocosas, son cinco y la están pasando bien.
Otras toman la merienda en la mesa del comedor o están simplemente sentadas mirando televisión. Las que deambulan lo hacen a paso lento, algunas sostenidas por un bastón, con la espalda encorvada y la vista baja mirando bien dónde apoyan el pie antes de dar el paso siguiente. Así pasan las horas de cualquier tarde en el Hogar de Ancianas Eva Perón, ubicado sobre la calle Alberdi al 400, al lado del Jardín Japonés de Escobar.
Su director es el kinesiólogo Daniel Bongiolatti. Podría decirse que desde hace veinte años, aunque fue y volvió del cargo un par de veces. Cuenta que es muy difícil que las residentes se enganchen con algo y que su mayor desafío es evitar que miren Crónica TV todo el día. Cuando existía Utilísima insistía en que lo mirasen y se inspiraran con el bricolaje. Ahora les pone la programación del Gourmet.com “para que vean que hay otro tipo de cosas en la vida y no todo es estar pegadas a las malas noticias”, explica a DIA 32.
Hay diversas actividades que sacan de la rutina a las abuelas: las visitas de los chicos de los colegios, que van a charlar con ellas y a cantarles, y las de diferentes iglesias, las sesiones de tango que llegan desde la Secretaría de Cultura, las horas de educación física o los asados que hacen una vez al mes. “Si no, sienten que están simplemente perdiendo el tiempo”, apunta Bongiolatti.
Sin embargo, muchas quieren seguir aprendiendo, desde computación hasta teatro. Incluso hubo quien se dio el gusto de sacar a relucir la escritora que llevaba en el alma y terminar dos novelas.
No caben dudas de que la vida sigue después de la jubilación, sin importar que se esté viviendo en un hogar de ancianidad. Además, tienen un régimen flexible, ya que muchas pueden salir, acompañadas o solas con la autorización de un familiar.
Aspectos generales
El Hogar “Eva Perón” fue fundado el 9 de agosto de 1973 y está próximo a celebrar su 45º aniversario. Empezó en la calle Asborno 878, luego funcionó a media cuadra de la panadería Bertolotti y más tarde pasó adonde ahora está el Concejo Deliberante.
Las encargadas de darle forma al proyecto fueron varias señoras de la sociedad escobarense. El Rotary Club también apoyó mucho en su momento. Finalmente, el edificio actual, sobre la calle Alberdi, comenzó a construirse en la época del intendente Oscar Larghi y durante el mandato de su sucesor, Fernando Valle, las primeras abuelas comenzaron a vivir en la casa.
El establecimiento recién se habilitó oficialmente en 2016, luego de 42 años de funcionamiento.
El hogar sólo admite a mujeres auto válidas; esto significa que deben estar bien de salud, sin enfermedades graves físicas o mentales y sin grandes necesidades de depender de alguien más para subsistir. Esa es una de las cuestiones determinantes a la hora de elegir, ya que la demanda es alta, la oferta poca y la lista de espera infinita. Su capacidad es para veinte personas, dos por habitación.
Si bien es municipal, cada internada paga una cuota de $3.000 mensuales para colaborar con los gastos, que mayormente son de mantenimiento. Están incluidas las cuatro comidas, el servicio de mucama, de lavandería y la atención integral del equipo de asistentes: enfermeros, la médica, la nutricionista, la psiquiatra, los profesores de educación física, las cocineras y los administrativos.
Los medicamentos corren aparte. De eso deben ocuparse los familiares o tutores.
El promedio de edad es de 84 años, hay de 70 hasta 90. “Al estar bien cuidadas se logra alargarles la vida y por eso hay mujeres que llegan a vivir acá más de diez años”, explica su director.
Como en toda casa grande, no faltan los problemas de convivencia, aunque no son demasiado graves tratándose de muchas mujeres habitando bajo el mismo techo. Los principales inconvenientes son los subgrupos. “Algunas se hacen amigas entre ellas y no se tratan con las demás”, cuenta Bongiolatti.
A la hora del balance final, el director del hogar reconoce que el lugar es chico y la población grande, más allá de las ganas de mejorar día a día. “El orgullo mío sería que alguien venga y diga: ‘Nos mudamos a un lugar más grande con espacio, por lo menos, para 80 ó 100 personas’. Aunque sé que ocuparte de un lugar así no te aporta ningún voto”.
“Estamos bien cuidadas y atendidas”
María Teresa García tiene 80 años y está en el hogar hace unos meses. “Pero yo no decidí venir acá, lo decidieron mis tres hijas, que tienen que trabajar, quieren salir y no pueden encargarse de mí, que tengo diabetes y me falta la vista de un ojo. A pesar de eso, también tejo mucho, cada saco que uso fue hecho por mí», le cuenta a DIA 32, orgullosa de su habilidad con las agujas, pero no así de su situación.
“No me doy demasiado con las otras mujeres que viven en el hogar porque no me gusta estar acá. Igual, estamos bien cuidadas y atendidas. Me gusta tomar mate y comer, más no se puede hacer. Estoy bien, pero no contenta”, afirma, con un dejo de tristeza.
“Estoy bien, pero extraño mi casa”
María Angélica Aguirre tiene 87 años y llegó al hogar por voluntad propia, cuando falleció su hijo mayor y el menor, que vive en Brasil, no pudo encargarse de ella. “Acá se está bien, pero extraño mi casa. Los primeros años fueron hasta divertidos, porque el grupo de viejitas era bueno. Una vez, para la primavera, me disfrazaron de princesa. Ahora entraron unas nuevas que son, digamos, complicadas. Así que yo me quedo todo el día en la habitación, con mi compañera de cuarto que no habla mucho, mirando la tele y tejiendo. Si el día está lindo, me voy al jardín», comenta.
«Lo que más espero del día es la hora de la comida, no hay mucho más para hacer. Además, tengo las rodillas a la miseria y solo puedo caminar con un andador, así que no hay posibilidad de salir a la calle».
Cuenta que está contenta porque se compró un celular que le permite estar comunicada con el exterior: «Ahora hablo todos los días con mi nietito, el que vive en Brasil. Al otro, al más grande, a quien le di tanto amor y cariño, lo veo pasar con el auto por la puerta del hogar pero es incapaz de pasar a saludar a la vieja”, se lamenta.