Tanto ella como su VW Kombi 1986 son inconfundibles. Ambas con el mismo look de los años ‘70, colores por todos lados, flores, collares, pulseras y el símbolo de paz como estandarte principal. Llevando y trayendo alegría de acá para allá, Patricia Perrino (46) y su amado vehículo recorren las ferias vendiendo bijouterie, artesanías y una línea de ropa que también se caracteriza por ser de lo más colorida.
Cuenta que hasta hace unos años vivió una especie de doble vida, ya que fue gerenta de las franquicias norteamericanas Mc Donald’s y Dunkin’ Donuts: “Alternaba esos trabajos, que era con lo que subsistía, con lo mío, que son las artesanías”, explica. Ella creaba su propia vestimenta, bordando jeans o tejiendo, diseñando accesorios o pintando muebles. También trabajó en un restaurante afrodisíaco y fue relaciones públicas de una disco en Pilar, donde vive.
Hasta que un día de 2012 decidió patear el tablero. Se dio cuenta de que podía vivir con menos dinero, aunque eso significara también menos bienestar, y ser igual de feliz o mucho más que estando comprometida en trabajos que no le interesaban. Le decisión de cambiar de vida estaba tomada, pero al mismo tiempo el destino plantó frente a sus ojos el sueño de una kombie como la que siempre había querido para salir a la ruta recorriendo el país.
Con la venta de su Fiat Uno, dinero que recibió en su cumpleaños y un poco de austeridad, Patricia logró convertirse en la feliz poseedora del simpático cuatro ruedas. Pero cuando lo probó, se encontró con que no sabía manejarla: “Me pareció que era fácil, divina y cuando me subí dije: ‘guau, esto es un bondi’. La prendí y se paró, no funcionaban los cambios, iba por la ruta y me quedaba… hasta que un día no arrancó más. De repente, mi sueño se transformó en una maceta en el fondo de mi casa”.
Recién cuando pudo hacerle el motor a nuevo estuvo lista para emprender los viajes. Primero fue a la costa, a San Clemente, donde Patricia veraneó durante veinte años. Participó de ferias, algunas exitosas y otras no tanto, hasta que consiguió lugar en el parador de un balneario, donde empezó a mejorar las ventas.
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Asegura que la mayor dificultad de viajar sola es que no tiene quien le cebe mate y que para tomarlos debe detenerse. “Cuando empecé estaba muerta de miedo. Creo que la gente no está muy acostumbrada a ver a una mujer sola. Es como que siempre tenemos que estar con un hombre al lado, con otra chica o con niñitos colgados. Pero a mí me gusta andar sola”, explica.
Una de sus mayores aventuras la vivió camino a San Marcos Sierra, en Córdoba. Sin saber que se estaba llevando a cabo el Rally Dakar en Argentina, ya en la ruta comenzó a cruzarse con infinidad de camiones. “De repente, pasa un auto blanco con un chico que sacaba el cuerpo por fuera de la ventanilla. Era un periodista que me quería hacer una nota. Nos detuvimos y aparecieron con unas cámaras y micrófonos con unos plumeros impresionantes. En medio del viento solo alcancé a escuchar que era para la TV Pública. Terminamos la entrevista y cada uno siguió su camino. Al llegar a Córdoba me enteré de que era casi famosa… ¡todo el mundo había visto la nota en la televisión!”, cuenta, divertida.
La vida de Patricia transcurre de lugar en lugar, muchas veces viajando cerca de casa, de Del Viso a Maschwitz o a Escobar, para vender sus creaciones en las ferias locales. ¿Quién no se la ha cruzado alguna vez? Es que a veces no hace falta transitar miles de kilómetros para estar en movimiento. Es como ella dice: “Vayamos más lento, que es de la única forma que se disfruta el paisaje”.