Creció en una quinta donde cultivaban flores para exponer y elaboraban vinos y embutidos para compartir con los íntimos. Los colores, perfumes y sabores eran tradición en esta familia, que llegó del sur de Italia y se instaló en Zelaya por los años 60. Su madre, Giovanna Terminiello, era napolitana; y su padre, de quien heredó el nombre, calabrés.
Radicado en Belén de Escobar hace 21 años y electricista de profesión, Hugo Manfredi (48) retoma en sus tiempos libres aquellas prácticas y produce vino tinto artesanal en el garaje de su casa. Desde que empezó con el proyecto participa de distintas ferias a nivel local y este año decidió presentarse en el pabellón de artesanos y emprendedores de la 55º Fiesta Nacional de la Flor.
Hace un año decidió embarcarse en esta nueva empresa: “Empecé con una tanda chica, pero todos los que probaron me recomendaron que hiciera para vender”, le cuenta a DIA 32. El hombre siguió el consejo y actualmente cuenta con un stock de mil botellas cosecha 2018. La marca de sus vinos es “Quimey”, un nombre de origen araucano que significa “de inigualable belleza”.
Para él tiene una connotación especial porque así se llama su hija, de 14 años, quien le administra las redes sociales para publicitar el producto. De una forma u otra, todo sigue quedando en familia, ya que el diseño de la etiqueta con un atrapa sueños se lo hizo su hijo, Valentín (15).
Las uvas que compra provienen de Mendoza, donde el clima seco es ideal para el proceso de maduración. Sobre el paso a paso de este trabajo artesanal, explica: “Se saca la uvita del manojo, se muele y se deja fermentar una semana en recipientes de plástico con la cáscara y la semilla. Una vez que esto ocurre, se mide en el mosto el grado de azúcar de la uva, lo que te da el alcohol que el vino va a tener. Eso que uno ve como un polvillo blanco sobre el fruto, obviamente no se debe lavar porque es la levadura natural y es lo que transforma el azúcar en alcohol”. En su caso, elige trabajar con dos variedades: Malbec y Syrah.
“Pasados los siete días se prensa manualmente, se extrae el jugo y se lo coloca nuevamente en los recipientes, donde sigue fermentando tres meses más. Los tachos están tapados, pero les pongo una válvula con un globito pinchado, lo que hace que salga oxígeno pero no entre. Cada mes se filtra artesanalmente con telas y van quedando las borras de la uva. En el último filtrado se embotellan, se tapan y se les pone la etiqueta. Pasan otros tres meses y están listos para tomar” asegura el vinatero escobarense.
Un dato curioso y ecológico es que las botellas que usa son recicladas, las consigue en los restaurantes de la calle Mendoza, en Maschwitz, y las esteriliza con detergente y alcohol.
Al definir su producto, afirma que “va muy bien con carnes rojas, quesos, picadas. Es suave, pero con un 12 % de alcohol, como cualquier vino hecho con estas uvas. Por eso, siempre es bueno airearlo antes de servirlo en la copa, puede usarse un oxigenador o una vasija de vidrio tipo decantador”.
Dice que el sabor del que está elaborando ahora le recuerda al de su padre, quien hacía tanto tintos como blancos y los conservaba en botellones de vidrio. “Él usaba una mezcla de uvas… ahora nos pusimos finos, pero antes no existían estos varietales. Es una actividad que te tiene que gustar y que valora la gente que lo vivió en su casa, sobre todo los hijos de italianos”, señala.
Sobre la continuidad de la tradición, asegura que siempre lo impulsa a Valentín, y que con Quimey -su hija- se encuentra en tratativas negociando los derechos del nombre.