Lejos de pensar en hacer carrera escalando puestos en multinacionales, muchos jóvenes, y no tanto, entienden que el trabajo, la diversión y vivir en movimiento van de la mano.
Federico Mariani (30) dejó su departamento en Buenos Aires, vendió los muebles y se embarcó en un crucero con el que recorrerá medio mundo durante seis meses. Zarpó desde Chile sabiendo que le esperaban puertos de ensueño en el Caribe, Europa y Australia. Se dedica a la música y lo contrataron para tocar a bordo.
“Descubrí una forma de vida que me permite cumplir varios sueños a la vez: vivir de mi profesión, estar en contacto con gente de otras culturas y no tener que pagar alquiler”, resume, risueño.
Viajar puede tener más significados que conocer lugares, descansar, alejarse de la rutina o ver el sol desde otro ángulo. Puede ser una aventura que pase por experiencias más intensas y enriquecedoras que escalar montañas altísimas o surfear olas enormes. Para quienes un viaje no tiene nada que ver con hacer turismo, hacerlo trabajando es una opción interesante.
El famoso Work & Travel -trabajo y viaje, en inglés- es una modalidad que lleva años de existencia. Comenzó como un intercambio cultural, sobre todo entre estudiantes secundarios o universitarios que se mudan de ciudad o país para aprender idiomas, algún oficio o perfeccionarse en ciertas carreras. Hoy en día las oportunidades son mucho más amplias.
Actualmente, entrar a alguno de esos programas cuesta alrededor de 1.500 dólares. El servicio que ofrecen es limitado, permiten acceder a las ofertas laborales, que por lo general son en centros turísticos veraniegos o invernales, gestionan las visas correspondientes y no mucho más. El alojamiento y la comida corren aparte y lo paga quien viaja. Una elección que termina costando muy cara.
Ya en otro plan, que tiene que ver con una forma de viajar más libre, existe la modalidad del trabajo voluntario. De unos años a esta parte se han desarrollado varios sitios web como Worldpackers y Work-away, entre otras plataformas, que ofrecen actividades para todos los gustos. Se trata de intercambiar alguna sapiencia o desarrollar un interés personal a cambio de hospedaje y alguna comida al día. No hay dinero de por medio. Lo bueno es que permite realizar tareas que de otra forma sería imposible.
El abanico de oportunidades es infinito: desde plantar árboles en Nairobi, pasando por cuidar animales en Singapur, construir una casa en Ibiza, ayudar en hoteles, ocuparse de las tareas en una huerta ecológica o en una granja en Brasil, hacerse cargo del manejo de las redes sociales de un hostel en Francia, cocinar en un restaurant en México hasta dar clases de inglés en una comunidad indígena en Ecuador.
Otra ventaja de viajar trabajando es que permite adentrarse en la vida cotidiana de personas de otras culturas, entrar a sus casas, conocer sus costumbres, sus rutinas, sus formas de cocinar, su idioma y su forma de relacionarse con sus pares. La contra es que, al no recibir un salario, los voluntarios deben solventarse los gastos mínimos o buscarse alguna changuita para generar ingresos en el camino. Normalmente se trabaja entre cuatro y cinco horas diarias con uno o dos francos semanales. El resto del tiempo es libre. Pero cuando hay que trabajar, se trabaja duro.
“Esta manera de trabajar y viajar se me convirtió en un vicio, me cambió la cabeza y me ayudó a pensar fuera del molde, a darme cuenta de que solventarse haciendo lo que a uno le gusta no tiene que ser un sacrificio sino un placer enorme a cada segundo”, concluye Federico, feliz y entusiasmado.