Los pares de zapatillas sin dueño que cuelgan de los cables telefónicos y eléctricos son postales habituales de cualquier ciudad, incluso de pequeñas urbanizaciones. Sin embargo, su significado es un misterio para la mayoría de los mortales.
¿Quién se tomaría el trabajo de atarlas por los cordones y lanzarlas hasta lograr que queden como flotando sostenidas por un cable de los servicios públicos? ¿Quién estaría dispuesto a deshacerse de un par de zapatos deportivos para que simplemente quede enganchado ahí?
Todo tiene una razón de ser. Ante todo, es un fenómeno que no se da solamente en Argentina sino en varios países del mundo. En el nuestro se relaciona con los puntos de venta de droga. Si hay un par de zapatillas colgando quiere decir que por ahí cerca hay un dealer vendiendo marihuana, cocaína o paco.
Pero no se trata de la única interpretación que hay sobre esta curiosidad. Otras versiones indican que es un código secreto que utilizan las bandas callejeras para “marcar territorio” o que delimitan zonas liberadas por la policía.
Por eso, se trata de uno de los tantos mitos urbanos cuya historia y sentido varía según el que la cuente.
Significados múltiples
Se dice que la costumbre de colgar calzados de los cables nació en los barrios marginales de Estados Unidos con la misma intención con que se relaciona acá al fenómeno: señalizar sitios donde se suministran estupefacientes. Por eso, en 2003 el Ayuntamiento de Los Ángeles inició una campaña para retirar cualquier rastro de zapatillas aéreas en las calles de la ciudad.
Pero en el país del norte las zapatillas también sirven para indicar que en ese lugar hubo un ajuste de cuentas donde quien las calzaba fue abatido. En España, además de esos motivos, se las vinculan como señalización de una casa tomada por los miembros del movimiento “Okupa”, quienes se instalan cómodamente en propiedades privadas.
Sin embargo, en la madre patria solían tener otra razón de ser, más bien festiva. En la década de los ‘90, cuando los soldados finalizaban el servicio militar obligatorio colgaban sus botas o zapatillas para indicar que ya habían cumplido. De ahí la frase “colgar las botas” cuando alguien decide retirarse profesionalmente. Esa forma de decir adiós se fue perdiendo cuando el régimen dejó de ser obligatorio.
En la ciudad de Buenos Aires, más específicamente en el barrio de Once, 194 zapatillas cuelgan de los cables en el santuario dedicado a las víctimas de la tragedia de Cromañon. Simbolizan los proyectos truncos de los jóvenes, su alegría y su música; también son un reclamo de justicia y un clamor contra la impunidad.
Algunos barrios centroamericanos suelen emplear esta práctica para recordar a alguien que ha fallecido recientemente. Lanzan sus zapatos a las ramas de un árbol esperanzados con que su espíritu vuelva a caminar cuando regrese a la tierra.
Hay otros que piensan que tiene que ver con la celebración del fin del curso escolar, con un anuncio de boda o simplemente con el hecho de querer dejar una huella personal en la ciudad.
También existe una práctica -no muy conocida- llamada “shoefiti” -juego de palabras en inglés que combina el vocablo shoe (zapato) y graffiti-, que consiste en adornar las calles con calzado de todo tipo colgando de los cables telefónicos, de la luz y de los árboles. Incluso hay fotógrafos especializados en retratar este tipo de manifestación artística.